Así se pasea Morante por México DF, como una especie de dios semiótico, aspirando el humo oloroso de un puro para ver el toreo de José Tomás. ¡Dios! pero si es él el toreo mismo. Morante de la Puebla puede parecer a los ojos de un censor como una extravagancia de diseño: su pajarita negra, el sombrerito de paja levemente inclinado hacia poniente y la entallada americana con ribetes negros y un inmarcesible damero como fondo y aspereza. Ah, y una colosal hebilla templaria para sujetar un narcisista pantalón de cuero. Dios mío, Morante hecho un pincel afrodisíaco y masculino bajo el cemento de las gradas de Insurgentes. Qué pensará José Tomás cuando te vea en tu barrera, con el sombreito levemente inclinado hacia poniente, con tu simpar hebilla de trazados cabalísticos y la pajarita negra como la noche amordazando el cuello más torero de todas las constelaciones. Es Morante se dirá y planeará el natural como cuando sueña el de la Puebla con su cintura. Qué envidia, quién pudiera estar ahora en el embudo para ver a José Tomás y sentir de cerca a Morante, ese hombre, ese tipo indefinible que es pura arqueología, imprevisible llamarada, compás contra la rutina, grito ante el hosco rumor de los prohibicion¡stas; sentimiento, belleza, palabras sin gramática, redacción sin pulso; vamos, el toreo mismo. Ser Morante, en dos palabras
o Foto: Tadeo Alcina, de mundotoro.com