El arquitecto logroñés Jesús Marino Pascual ultima la bodega Antión, de Elciego, de la que se acaba de inaugurar una exposición en el Museo Vasco de Arte Contemporáneo (Artium)
«Análisis y autocrítica». Estas dos ideas fluyen obsesivamente por la cabeza de Jesús Marino Pascual, un arquitecto que ha depositado su mirada de una forma escasamente convencional en el complejísimo mundo del diseño de bodegas y que a su vez evita colocarse en ese elevado cetro donde habitan los denominados arquitectos mediáticos. En su haber figuran bodegas como el Museo Vivanco, Darien, Irius y ahora Antión, enclavada en Elciego y de la que se acaba de inaugurar una exposición en el (Artium) Museo Vasco de Arte Contemporáneo, de Vitoria.
– ¿Siente angustia cuando se le encomienda la realización de una obra de esta magnitud y de tanta exigencia artística, técnica y formal?
– Cuando surge el encargo de una bodega el proceso creativo posee varios estadios. El primero es muy íntimo, muy personal: escudriño el espacio, su historia, su orografía y sus gentes. Todo me interesa porque cada ángulo o cada material ha de tener un sentido. Por eso intento desembarazarme del capricho, de convertir mi trabajo en un mero ejercicio de estilo donde la forma surge sin un motivo; aunque eso sí, nunca descarto ni la intuición ni la capacidad de sorpresa. A partir de ese momento, con toda la información recopilada, me refugio una temporada en una casa en Almería y allí en soledad total trazo los bocetos y los dibujos a mano alzada. Luego, cuando se aprueba la primera fase del proyecto, entran en juego un gran número de profesionales y el trabajo es mucho más coral. Pero yo no diría que sienta angustia, lo que existe es una profunda tensión y una gran responsabilidad profesional, por eso analizo todo y soy muy autocrítico con mi trabajo.
– ¿Qué tiene de especial una bodega?
– Es que hay que explicar qué es lo que se pide a una bodega en estos tiempos. En primer lugar se ha de hacer vino –ésa es la clave– y por eso todo tiene que girar en torno a una elaboración de gran calidad: los espacios, la gravedad, la orientación, la temperatura, la iluminación. Pero a todo ello hay que sumar una búsqueda de belleza y una capacidad de ser visitable totalmente compatible con el desempeño diario de la propia bodega.
– ¿De ahí ese sentido escenográfico de su trabajo?
– Claro, el visitante ha de comprender la evolución, pero también la magia que posee el vino. Por eso se propone un diálogo de espacios, de recorridos interiores, de recuerdos, por ejemplo, de los antiguos calados, de los barrios de bodegas que inundan toda La Rioja desde Ollauri hasta Quel. Trato de trabajar con toda esa información, con todos esos datos, para lograr cautivar, enamorar al visitante y estar a la altura de los paisajes donde se enclavan. Fíjese en la belleza de Briones, la zona de los tres marqueses o el escenario imponente de la Sierra de Cantabria. El desafío del arquitecto es múltiple y a veces nos podemos equivocar, por eso conviene ser humilde.
– Cuando se trabaja en proyectos tan concretos pero a la vez tan creativos ¿existe libertad?
– Yo no diría libertad. La relación con el bodeguero es y tiene que ser de confianza. No queda más remedio que hacer las cosas muy bien hasta el fondo y hasta el final.
– ¿Son estos bodegueros los nuevos mecenas de la arquitectura?
– No cabe duda y el espacio de nuestra Denominación es un buen ejemplo de ello.
– ¿Cómo cree que se relacionan sus obras con las personas?
– Eso es muy complicado, pero siempre pienso en la escala del ser humano, en la forma en las que las personas se van a relacionar con esos espacios. De la misma manera que el discurso que planteo en cada bodega tiene una encuentro con el lugar donde se enclava, el edifico tiene que ser amable con el ser humano; es decir, habitable. Es hermoso que provoque fascinación, que haya, incluso, sobrecogimiento, pero también intimidad, calor, cariño.
o Entrevista publicada en Diario La Rioja. La foto es de Enrique del Río.