o Resulta que ahora soy el abanderado del destoreo; me encantan los enganchones, los toros que sangran por los cuernos multilados y los inválidos. Me encantan los toreros de pitiminí y las figuritas, las posturitas a toro pasado y demás. Qué alegría.
o Y todo por no decir sumisamente a unos cuantos que lleva razón, que la fiesta de los toros sólo es digna y cabal cuando ellos, apostólicamente, la bendicen. Qué pena.
o Pues miren, la fiesta es de todos, no es de nadie; ni mía ni vuestra, es patrimonio del que la quiera, del que la defienda y del que la sienta y yo, la seguiré queriendo, la defenderé –en la medida de mis posibilidades como he hecho hasta ahora– y la seguiré sintiendo en mi corazón. Qué orgullo.