Los novillos de La Quinta eran auténticos bombones: seis preciosos animalitos que sin tirar una mala cornada, sin un mal ademán, se fueron al más allá sin torear. Les dieron pases, cientos, miles acaso, pero murieron sin torear, sin que les dijeran con capa o muleta: mire señor novillo; usted tiene que ir por aquí, desde acá hasta acullá, porque yo lo digo, porque soy torero y tengo hambre de cortijos. Y es una pena, porque los novilleros parecían porfiar como Asdrúbal, el cartaginés, en el fragor de una de aquellas míticas contiendas púnicas. Qué gestos, qué entrega, qué arrojo y valor. Ya. Sí. Pero se fueron sin torear. De los tres jóvenes coletudos, es justo reconocerlo, sólo uno lo intentó: Juan Antonio Siro, un torero al que no le ha llamado el porvenir por los vericuetos del arte, pero que a veces le da por adelantar la muleta y en el segundo lance, ese tan vital, quedarse quieto. ¡Coño! ¡Quedarse quieto! En la nueva tauromaquia sólo se suele quedar quieto el toro y a su alrededor, el torero con la muleta en ristre citando a gritos, como si se le fuera a escapar la vida por la garganta: ¡jé!, ¡jé!, ¡jé!... hasta dejar sordo a medio tendido. Y es que el otro había sucumbido ya la conversación sobre Schopenhauer o la última entrega de Redes, esa maravilla científica de Eduardo Punset. En este aspecto el cronista no puede estar muy seguro, porque después de los toros había pelota y luego debía de jugar el Madrid por televisión, y en Arnedo, como recuerdo del aguerrido Solana, todo el mundo es del Madrid. En fin que Siro lo intentó: le dieron una orejita del primero –un torillo noble pero punto rajado- y se la pidieron en el cuarto, con el que estuvo más pegapases que en el anterior.
Juan Luis Rodríguez tiene gusto, tiene sentido del temple, pero no se cruza ni por casualidad. Y claro, su toreo glamouroso de los inicios de cada faena –que bellezón de principio–, acaba marchitándose ante la monotonía de la falta de riesgo. Sus torillos fueron nobles hasta la exasperación y tanto abusó del despegue que entre él y los astados cabía un autobús de esos rojos londinenses que tienen escaleras. Le silenciaron y siguieron con Redes. El tercer gran fiasco lo provocó el colombiano Santiango Naranjo: apunta maneras, pero le encanta irse al filo del pitón y luego a los lomos. Apunta arrojo, pero no se cruza y se sale de la suerte al matar. Parece que quiere triunfar, pero no torea. Qué cosas.
o Primer festejo de la feria del Zapato de Oro de Arnedo (La Rioja): Novillos de La Quinta, terciados –excepto el bellísimo sexto–, cómodos de cabeza y nobles hasta empalagar. Lo mejor, su fijeza; lo peor, su nula emoción. El mejor, el cuarto. Juan Antonio Siro: oreja y saludos. Juan Luis Rodríguez: silencio y silencio tras aviso y Santiago Naranjo: silencio y silencio tras dos avisos. Menos de tres cuartos de entrada en tarde gélida. (La foto es del portal Burladero.es)
o Esta tarde se lidian novillos de Torrenueva para Pepe Moral, José Manuel Más y Román Pérez.