Tengo en mi corazón una turbamulta de sensaciones. Hoy no puedo ni quiero ser reflexivo; hoy es el día que toca hablar con la epidermis, con la aorta, con la femoral misma, ésa arteria que tan hondamente exponen los toreros cuando se presenta la muleta con el alma, con el espíritu, con todos los sueños e ideales con los que ayer Diego Urdiales, nuestro torero, el torero de La Rioja, compareció en La Ribera. Y miren por donde, la suerte, la misma suerte que tantas veces le había sido esquiva y traicionera, se le presentó toda de ella de cara, toda ella como a borbotones y le dijo: Diego, si puedes, cógeme. Si me mereces, cógeme.
Y Urdiales, que sabe más que nadie lo que es merecer con paciencia, sonrió.
Porque el arnedano es un tipo cualificado en esperar. Nadie como él sabe lo que significa quedarse casi dos años sin torear y no venirse abajo; quedarse dos años en casa ante el silencio de casi todos los empresarios y no desfallecer ni un ápice. Tanto es así, que en la soledad invernal de la plaza de Arnedo se suele vestir de torero para hacerse un toro de sueños. Y encima, un chándal. Todo por sentir el traje y el roce del alamar, el peso de las hombreras, el ajuste de la taleguilla y torear... en silencio, para sí mismo. Y soñar embestidas infinitas en una Maestranza de sueños. Y encontrarse, después, la dudosa claridad del día y la terca realidad del ayuno administrativo. Apenas cuatro amigos, los de siempre, ese núcleo duro de sus admiradores: se cuentan con la palma de una mano: Guzmán, Vinicio, Javi, Alfredo, Pepe... Y la gente toda, como el día de Autol, como las dos magníficas tardes de Alfaro y el autobús que vino desde la capital del mundo de las cigüeñas a saborear a Urdiales. Y era 21 de septiembre y se produjo el milagro del toreo. Una plaza enloquecida, un torero en sazón y la maravilla del toro indultado: el toreo es la vida y Urdiales es el toreo.
Me acuerdo ahora también de Antonio León, el gran maestro arnedano de la espada y de la vida, que hace unos días compartió capote y muleta con Diego: suave –torero–, le decía; por abajo, por abajo siempre. Se estableció entre ambos un diálogo increíble de toreros con la mirada. Paquito Milla y el cronista se echaron atrás: había llegado el momento sagrado de los matadores, un instante que ahora parece premonitorio. (Artículo publicado hoy en Diario La Rioja)
o Sexta corrida de la feria de Logroño: Toros de Victorino Martín, bien presentados y con nobleza, entrega y bravura en diferentes grados. El quinto (‘Molinito’ nº 265, nacido en diciembre de 2002) fue indultado. Domingo López-Chaves: silencio con algunos pitos y silencio tras aviso. Diego Urdiales: oreja tras aviso y dos orejas y rabo simbólicos. Salvador Cortés: pitos y gran bronca. La plaza se llenó es sus tres cuartas partes del aforo.
o La foto es de Antonio Díaz Uriel y está captada hace dos semanas en la plaza de toros de Arnedo. En primer plano se ve a Diego Urdiales ensayando un natural y tras él, el maestro Antonio León –que un día dio cinco vueltas al ruedo en Madrid (ya os contaré más cosas de él)– disfrutando de la torería del joven arnedano.
o Molinito me pareció un astado excelente; precioso, bien puesto de pitones, aunque muy zancudo, con unos impresionantes cuartos traseros. Fue bravo en el caballo, empujando por derecho, con prontitud las dos veces que acudió al montado. Derribó en la primera y fue colocado de largo en el caballo. En banderillas, bien lidiado por El Víctor, se desplazaba largo pero sin humillar, que fue su gran defecto. Sí lo hizo en el capote, pero tras el caballo nunca terminó de bajar la cara. Fue un toro exigente en la muleta pero si se estaba firme con él, obedecía siempre. Lo mejor es que al darle distancia se venía claro e imponente a los vuelos y embistió incansable y sin desmayo en una faena que hasta saber cómo iba a terminar, resultó larga y exigente. ¿Mereció el indulto? No lo sé, sinceramente creo que fue un premio excesivo. Sin embargo, este cronista, que nunca había vivido algo así, se emocionó de lo lindo. Fue curioso, pero se produjo una fascinación entre el toro y la plaza desde su salida misma. Diego, muy decidido, lo cuajó con el capote y fue muy generoso con el toro, ya que lo lució en el caballo y después le dio siempre sitio. Fue emotivo y mágico, creo que fue sincero y la gente de mi Logroño, tan desencantada con las corridas lamentables de estos días respiró con holgura. En el programa de la tele, que hacemos desde El Espolón, había todo un gentío alrededor del estudio. Después fui a cenar y todo el mundo hablaba de toros, de Urdiales y de Victorino. No sé cómo explicar que ese Molinito resulto providencial para la afición y para la fiesta en La Rioja. Me alegro mucho de que este vivo, mucho.