Jesulín de Ubrique anda de despedidas. Pues bien, ayer dijo adiós en Alfaro y vio a consecuencia de los tres avisos que sonaron cómo su primer Urcola se fue mansamente al corral. El dice que sólo oyó dos, pero le dieron tres y el otrora espigado ubriqueño dejó patente el nivel de su maestría para la pobrecita afición que sufrió su agobiante mecanicismo o su indefendible forma de andar por los ruedos (y por la vida, aunque yo no sea nadie para reprocharle nada personal a ningún semejante). En fin, que se nos convocó en Alfaro para ver al de la despedida y para disfrutar de la torería de 'El Cid', que estuvo en maestro con una plenitud sincera y profunda. Salió una corrida importante de Caridad Cobaleda, con envergadura y con algún toro bellísimo, como el primero del de Salteras. Al conjunto le faltó fondo aunque peleó en varas. Hubo tres astados que derribaron limpiamente a la acorazada; el primero –el de Jesulín– se llevó tres puyazos de libro. Acometió con prontitud y aunque se quedaba debajo del peto, salió suelto de los tres encuentros. El quinto de la tarde, de Vicente Barrera, fue el más completo del encierro y embistió incansable y con son en una faena deslabazada en la que el valenciano recurrió su toreo perfilero y de poca sustancia: medios pases, cercanías y bastante poco sentido del temple. 'El Cid' dio una lección en su primer oponente. El toro derribó al piquero de mala forma y el caballo salió como loco empotrándose literalmente contra la barrera. Destrozó el maderamen y se introdujo en un callejón angosto justo al lado de donde faenan dos fotógrafos. No pasó nada. El piquero Manuel Espinosa se libró, los ocupantes del burladero vieron cómo se les disparó el ritmo cardíaco y el caballo sólo sufrió dos o tres arañazos, tal y como me aseguraron los monos cuando acabó el festejo. Pues bien, en éstas, salió 'El Boni' y quiso meter al toro en el caballo del que hacía puerta que había venido a cubrir la baja de su compañero. El presidente había cambiado el tercio y sólo una enérgica orden de 'El Cid' evitó que trituraran al astado de Caridad Cobaleda. Y 'El Boni' volvió a dar la nota en banderillas firmando un mitin apocalíptico. Al maestro de Salteras se le salía el corazón por la garganta. Y cogió la muleta, ensayó la media distancia y se puso a torear. Y uno tras otro empezaron a brotar bellísmos y cadenciosos lances. El toro no se comía a nadie y con un temple magnífico 'El Cid' estaba dando una lección. Ni un aspaviento, ni una duda. Sólo torería; sólo recursos; sólo esa maravillosa medicina llamada lidia. Y mató por arriba y el Urcola se tragó la sangre amorcillándose y negando con bravura a doblar la cerviz. Una oreja. Qué más da. Había toreado; nos habíamos encontrado con la figura de un torero en sazón y en una plaza de tercera. Qué dignidad la suya. El sexto fue el más complicado de la corrida. De salida 'El Cid' le robó seis verónicas a pies juntos y una garbosa media. Le hizo un extraño con el capote y a punto estuvo de arrollarlo. El toro era incierto y se quedaba por debajo o se acostaba. Sin embargo, le robó algún natural excelente y lo despenó de otra magnífica estocada en la que el toro se le vino directamente al pecho. Lo sacaron a hombros con justicia; había dado una lección y se había jugado la vida con guapeza. (La instantánea es obra de Alfredo Iglesias).