Calahorra fue una plaza donde el toro era santo y seña. Tenía una afición exigente y amable con los toreros. Pues bien, ahora en Calahorra se suelen lidiar reses impresentables –excepto cuando viene doña Dolores Aguirre (qué alegría Dios mío)– y los toreros se toman –en su gran mayoría– las corridas con el mismo ahínco de la siesta. Un rato por la derecha, después se dan la vuelta, al rato retozan, se levantan a orinar cuando les da la gana y al final silban con esa cara de incredulidad que se le pone al que se sabe mediocre y elevador de favores. Dudo mucho que los toreros que vienen a Calahorra sepan a lo que vienen. Unos van porque están de vuelta: Julio Aparicio ayer en su versión más patética. Otros caminan porque no saben qué hacer con la muleta: Rivera Ordóñez pueblerino total, muletazos amorfos, oblicuos, perpendiculares, estrambóticos y el toro (mejor dicho mona, por el suelo, dando tumbos y costaladas, pizpireto, como si tuviera el estómago revuelto). Y al final Antonio Barrera, desbordado por un chochón de Manolo González con el que estuvo a la deriva, sin recursos, sin poder adelantar ni una sola vez la muleta. No sé si por miedo o por desesperación, o por desesperanza de ver una corrida de toros convertida en el espectáculo más vulgar que uno pueda echarse a la cara. En Calahorra los taurinos han conseguido que no brillen ni los alamares. Todo es gris: la mansedumbre, los tendidos, los toros, hasta el capote de Aparicio es gris, hasta las mulillas asoman cariacontecidas. Y me da pena, una pena enorme porque no parece importarle absolutamente a nadie.
Rivera Ordóñez: «La fuerza de los toros es algo secundario»
Rivera Ordóñez estaba encantado con el juego del primer toro que estoqueó en la segunda de las corridas de la feria taurina de Calahorra: «Mi primer enemigo no es que haya tenido cierta calidad. No. La verdad es que ha sido un toro extraordinario que ha derrochado nobleza por ambos pitones», afirmó el diestro madrileño. Preguntado entonces si al astado no le había faltado para ser mejor y más emocionante un poco más de fuerza, el torero contestó rotundamente que «no». Y fue más allá: «Yo como torero y como espectador voy a una plaza de toros a ver torear con animales que colaboren en el lucimiento de los matadores. La fuerza o el vigor de los animales es algo secundario. En este caso lo que ha sucedido para que mi labor se haya visto algo deslucida es que ha habido demasiado viento. Por lo demás, creo que he estado bastante bien y la pena es que he fallado con la espada».
o Por cierto, en la corrida del día 31 –jornada grande de las fiestas y que coincide con la fecha de hoy– no viene Manzanares y será sustituido por Luis Vilches. Nadie dice nada, absolutamente nada, de Diego Urdiales, que vive a unos 15 kilómetros de Calahorra (es de Arnedo), cortó tres orejas y un rabo en Alfaro y además se entretuvo en torear. Pero claro, no está en nómina en ninguna empresa, tampoco paga ni consiente que no le paguen por torear y además cree en sí mismo. ¿Será por eso que lo ignoran? ¿Será esa la razón por la que no ve un pitón? ¿Será que es torero dentro y fuera de la plaza? ¿Será que los riojanos no nos acordamos nunca de nuestra gente salvo si triunfa fuera?
o Y para terminar. Esto no lo tengo confirmado, pero ayer en la plaza de Calahorra hubo una gran pelea en el tendido. Según me ha contado el vicepresidente del Club Taurino de esta ciudad, unos partidarios de Rivera Ordóñez (que grababan la corrida) se encararon con un grupo de aficionados calagurritanos que por lo visto estaba increpando las formas de torear del madrileño. Tuvo que subir la Guardia Civil a poner orden. Mañana, si Dios quiere, remataré la faena. La foto del altercado es de Justo Rodríguez.