viernes, 6 de julio de 2007

Seguiré sin pisar Pamplona en San Fermín

Cuando llega San Fermín me entra una especie de arrebato melancólico. Por un lado me gustaría sumarme a la fiesta, enredarme en ella, dejarme caer en el abismo de la Pamplona inundada de guiris y estrambotes, de pasmarotes que recorren sus arterias como zombies, de los ridículos antitaurinos en cueros, de los borrokas made in Kortatu, de los pijos de la zona nacional de la ciudad con sus inmaculados trajes blancos y el pañuelico anundado como si una corbata fuera, impecable, sin una sola arruga, sin un lamparón. Cuando llega San Fermín (esto es mejor que el sexo, que escribió José Antonio Iturri) se agolpan en mi mente amores viejos, borracheras inauditas, sudores, espasmos, polvos casi olvidados y sueño, mucho sueño. En San Fermín hace un sueño apocalíptico, un sueño que quema de madrugada y que la noche no lo disipa a pesar de las copas (smirnoff con limón, recuerdo que tomaba), de lo insoportable de los garitos y de las mesnadas de individuos/as que decidían cada segundo hacer lo mismo que tú. No recuerdo los sitios –digo sitios, no casas, pensiones ni hoteles– en los que he dormido en esa Pamplona de mis mocedades. Portales, jardines, bancos, soportales, pasillos, bares, terrazas. Cualquier sitio era bueno para echar un sueño. Incluso me he quedado dormido en los toros viendo lancear a Niño de la Capea. Qué siesta más reconfortante, qué babilla por la comisura. Y eso, a pesar del estruendo del sol, de las gilipolleces que se oyen en la sombra. Capea en el ruedo, el alcalde Jaime por allí, los del sol a lo suyo y yo dormido en el hombro de una señora de Estella que era la primera vez que iba a los toros. Ah, recuerdo haberme quedado dormido, incluso, en los corrales del Gas esperando a no sé que desembarque. El camión en la puerta, los mayorales en aquel cuchitril asqueroso en el que descansaban y yo allí, dormido al lado de un cura de Abarzuza que le gustaban los toros y que bajaba siempre a Pamplona con un misal en la mano. En fin, en Pamplona, a pesar de todo, se duerme muy bien. Me imagino que las cosas no habrán cambiando mucho desde 1994, último año que pisé su Monumental. Ahora hay otros toreros y otros mayorales. Los bares seguirán igual de atestados y por las calles el orín y las discrepancias seguirán fluyendo como siempre: lenta pero con un ritmo inexorable. Pero seguiré sin pisar Pamplona en San Fermín. He pensado que es mejor ponerme a salvo de rabos, de presidentes absurdos y de patéticos directores. Me voy lejos, muy lejos. Veré los encierros en la tele, Mariano Pascal me contará mejor que nadie lo que acontezca en el ruedo e Isabel me grabará las corridas para ver con mis propios ojos lo que las crónicas tantas veces tapan o destruyen. Tomaré un avión y un respiro en Fuerteventura. ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!

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