En Barcelona viví sensaciones difíciles de explicar. Sentí un orgullo ancestral, un amor supremo (A Love Supreme) que diría John Coltrane, un desgarro impredecible. Sentí la emoción misma del toreo: regresaba José Tomás, que era algo así como un sueño, como un cuento de Borges, como una greguería imposible de Ramón Gómez de la Serna o como uno de esos relatos metafísicos de Wenceslao Fernández Flórez. Disfruté aquel día sumido en una ilusión incontestable. Además, salió el toro y afloró el toreo. La fiesta misma; el natural de José Tomás, su capote, la serenidad de su mirada inalcanzble. Y también la contestación apolínea de Cayetano. Fue mágico. Volví a la realidad quizás no sé si embaucado pero seguramente persuadido. A partir de aquel 17 de junio y de predicar a los cuatro vientos todo lo vivido en Barcelona, los negros nubarrones de los toros no toros seleccionados para el regreso del mito empezaron a asomarse por la blogosfera. La prensa tradicional miraba y sigue mirando, como ha hecho tradicionalmente –excepto contadas ocasiones– hacia otro lado; curiosamente hacia el sol que más calienta, para más señas. Y ayer en Ávila se consumó el (pen) último atropello –habrá más, sin duda y muy a mi pesar–. Y el toro se esfumó, y salió la cabra, la cabra de Zalduendo que no es una cabra cualquiera, es una cabra pedida y exigida, una cabra mimada, una cabra torticera que se consuma con sus embestidas de piruleta. No eran ni cabras, eran piruletas. Y estaba toda la prensa, había escritores, politólogos, plumillas, duquesas, radioaficionados, locutores, políticos, amigos y deudores... Estaban todos menos el toro y eso que se trataba de una corrida organizada para la defensa de la fiesta (que no de la siesta). Y los taurinos volvieron por sus fueros y hubo dos culpables de que salieran cabras o piruletas y no toros: José Tomás y Julián López 'El Juli'. Nadie les pedía que se las vieran con una corrida de Bilbao, nadie... Pero de eso a trajinar seis novillejos de Zalduendo hay una diferencia colosal. ¿O no? Peor para ellos, pero en esta fiesta el peor para ellos es el peor para nosotros mismos ¿O no?