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Sin embargo, de la monotonía aquella surgió la silueta de un torero con empaque, de un hombre de plata que ya empieza a ver cómo afloran las canas en su rala cabellera. Jesús Pérez 'El Madrileño', embutido en un terno rosa y azabache, tomó el capote, lo echó para adelante (se deletrea para los que no lo entienden: p-a-r-a a-d-e-l-a-n-t-e) y traía a la res embebida. Mas la res punteaba, pero estaba embebida y se desplazaba porque le habían dado sitio y después la vaciaban. Esta técnica intentó emplearla una y otra vez Rubén Pinar, aunque con desigual fortuna. El muchacho apenas tiene dieciséis años pero tuvo más sentido del temple, distancias y colocación que el resto de sus encriptados compañeros de fatigas. Esperemos que a Pinar no se le pegue el pegapasismo imperante y le haga caso a la silueta de un torero que fue y sigue siéndolo: Jesús Pérez 'El Madrileño', que dio una lección.