La Monumental se llenó hasta la bandera para recibir a su mito y sentir el orgullo de la fiesta
Robert Weldom es un neoyorkino que tomó el viernes un avión en el JFK con un sola idea: llegar a Barcelona, comer con unos amigos y ver a José Tomás, que era su sueño. Y lo vio. Hoy cogerá otro vuelo con destino a la capital del mundo y el martes por la tarde volverá a Central Park para torear entre los rascacielos con la muleta que un día le regaló el mismísimo Luis Francisco Esplá. Porque Robert Weldom es un aficionado práctico que, incluso, aprendió español para leer libros de toros. Y ayer le dio tiempo a soñar en Barcelona, sobrevolando una pequeña pero desafiante turbamulta de antitaurinos que le gritaban asesino y torturador. Y Robert Weldom, aunque sabe bien nuestra lengua, no entendía aquellos insultos cuando lo que quería era soñar, soñar a lado de otros 20.000 aficionados llegados de los lugares más recónditos del globo y del planeta taurino para celebrar el rito del toreo, para reclamar orgullosos que la fiesta es un acontecimiento hermoso, humano, multicultural y que no sabe de más ideologías que la de la belleza, que no conoce de fronteras ni de políticas. Los tendidos estaban cuajados de personalidades, de dignatarios, de artistas como Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat que acudían a los toros como si de un acto subversivo se tratara. La fiesta del toreo como reivindicación de un sentimiento cosmopolita. A los buenos aficionados de la ciudad condal los ojos se les hacían chiribitas: ni los más viejos recordaban una tarde así: siete orejas, la plaza llena, la felicidad... Sin embargo, la ciudad asistió asombrada a la corrida. Ni un cartel de los de Miquel Barceló se asomaba por las avenidas. Nada. Ni una indicación de dónde estaba la plaza. La verdad incomoda. Y es curioso, muchos de los bares de los alrededores permanecían cerrados a pesar de la previsible aglomeración. Robert Weldom vio que en un tendido, junto a Carlos Herrera, estaba Curro Romero. Y más allá Vicente Amigo, con Álvaro Palacios, soñando los dos mano a mano con los muletazos limpios de su amigo del alma. De Alfaro llegó un autobús completo, que fue diseminando sus viajeros por la plaza. Y vinieron de Arnedo, de Calahorra, Logroño y Nueva York, como Robert Weldom, que hoy mismo estará tomando un avión con la mente puesta en José Tomás y en la muleta que le regaló Luis Francisco Esplá.
(Estreché la mano de Robert el domingo gracias a Israel Cuchillo y Rosa Jiménez Cano).