miércoles, 27 de junio de 2007
Esperemos que regrese el ansia del toreo a sus manos de espuma
Me duele Morante de la Puebla, aunque yo no sea una de esas criaturas morantistas que andan estos días mascullando su llanto por las paredes, destripadas sus almas, desvencijados sus espíritus. Me duele Morante y mucho. Quizás mi postrera reconversión –yo antes nunca había practicado su fe– me haga contemplar con especial sensibilidad sus idas y venidas, sus huidas, sus retiradas del toro y de sí mismo, porque él mismo es el toreo y para él el toreo es la vida. Morante es un tipo singular: un raro e indefinible personaje al que le mueven impredicibles motores; un torero dotado de una elegancia particularísima y sublime que brota de un manojo de sentimientos y sensaciones que habitan en lo más profundo de su conciencia. Y amigos, ahí no llegan los apoderados ni los taurinos y muchos menos los periodistas. Ese lugar le pertenece sólo a él y yo no voy a especular ni un segundo con sus motivos. También he de decir que nunca he sido amigo de seguir al pie de la letra sus juegos de palabras, sus estudiadas ausencias, sus caprichos carmesí; sin embargo, ahora ha dicho que para y ha pedido perdón por los daños ocasionados. Dejémosle ir; dejemos que se acomode el sombrero y su camisa y esperemos que regrese el ansia del toreo de nuevo a sus manos de espuma... Yo, desde luego, ya estoy esperándole. De hecho, siempre le esperaré.