Madrid es Madrid también cuando se pasa y se sobra con las orejas (y con otras cosas). Madrid es, suele ser, una plaza ciclotímica y apasionada, un coso muy impresionable que en San Isidro se llena de isidros y que durante la temporada deserta de los toros. Y ayer a Madrid le dio un subidón de los que le suelen pegar y se pasó tres pueblos con la oreja a Tejela en el sexto de la tarde, el único toro con pinta de toro y con alma de tal cosa. Lo cierto es que el torero había estado muy bien con el anterior, con alguna tanda excelente, con las manos muy bajas y desplazando la muleta al ralentí, sobre todo al natural. Cierto es que el toro era una monja, pero lo entendió muy bien y de ahí su mérito. Lo peor vino en el sexto: una faena muy mediocre ante un toro que era tal cosa y no era monja ni casto. Y ahí Teleja se vio desbordado, desarmado e inquietantemente superado. Y lo intentó todo y no pudo. En la tele no se aprecian los terrenos, pero creo que el animal demandaba más medios para estar a salvo de las querencias y para limar su tendencia a salirse suelto. Protestó el Siete: llevaba razón, aunque me imagino que los de siempre le darán fino y se olvidarán, cómo no, de censurar como es debido a una corrida de toros incapaces. Serafín Marín no tuvo material pero me encantó con el capote. Y César Jiménez..., en fin. Anda sobrado con el medio toro; se gusta y está en su salsa con él, como ayer en Las Ventas, donde jugó de nuevo su minitauromaquia habitual y se creció en ese juguillo caldoso de los pupilos de Don Salvador. Y hay que verlo: anda por la plaza con parsimonia, mide sus pasos, estudia sus gestos. En su glamour nada es baladí; bueno, nada excepto el toreo, que lo dicta superficial y sin compromiso, atemperado pero como sin franqueza. Le anda César Jiménez a los semitoros de maravilla, hasta que llega el momento de torear y se esconde bajo su muleta... Es su sino y aunque se pueda esperar mucho de él, lo cierto es que empieza a estar muy visto cuando no se le ha quitado todavía ni la carita de niño ni los coloretes.
o Bellísima foto de Juan Pelegrín en la que se aprecia la belleza del toreo de capote de Serafín Marín.