La primera vez que vi un toro de Lagunajanda tuve un temblor. Bueno, en realidad vi seis, fue en Logroño y tenían cara de adoquín, estaban como vacíos de expresión, como enterrados en vida: sin espíritu, como seis botellas de gaseosa abiertas hace un mes. Nunca olvidaré su deambular por el ruedo de La Ribera, dando tumbos, encogidos, como suplicando perdón por ser toros sin convencimiento. Eran mulos y los toreros aquellos los recibían con alborozo. Es más, por no tener, no tenían ni pitones, más que nada para no molestar.
o Cartel de hoy: reses de Araúz de Robles para Juan Bautista, Javier Valverde e Iván García