lunes, 7 de mayo de 2007
Portugués y bueno
El segundo de la tarde se llamaba ‘Quintaluna’ y lucía esa belleza indómita de los toros que se suelen quedar fuera de las ferias, de los pavos bien armados que cortan la respiración y que en el cercado no consienten ni miradas a contrapelo del mayoral ni insinuaciones absurdas de los cabestros. Y desde la Heredade da Alcobaça –preciosa finca donde pastaba en las tierras portuguesas de Elvas– vino ‘Quintaluna’ a Logroño, a morir en La Ribera, una plaza tan alambicada y modernista que si se mira desde abajo parece la entraña de una nave espacial, con una cicatriz en lo alto de la cubierta por donde en primavera se cuela el perezoso sol del atardecer y alguna que otra brizna del aire que ventea desde la sierra de Cantabria. Pero imagino que ‘Quintaluna’ no se entretuvo en discernir la arquitectura del coso ni a calentar su pelo colorao con las brisa tibia de poniente. Vino a embestir, que era lo suyo, y lo hizo con toda su alma midiendo a un torero en sazón, a José María Manzanares, que estuvo firme y aguerrido con un animal que no se andaba con chiquitas, que no consentía la duda. Y de ahí la importancia de la actuación del hijo del fino toreo alicantino, que aunque no redondeó, que aunque no se fue por la senda que marca el triunfo inapelable, dejó una tarde muy maciza en nuestra ciudad. ‘Quintaluna’ fue violento y un punto obcecado, de acuerdo, pero el joven coletudo fue capaz de tirar de repertorio e imponer la mecánica de la lidia por encima del rutinario desdén de Gallo, que disfrutó de un sexto toro encomiable con el que dibujó una faena llena de altibajos y deslabazados lances. Todo lo contrario que Manzanares con ‘Quintaluna’, un bravo toro portugués que ayer dejó este mundo en La Ribera, esa plaza con alma de nave interestelar.