Se acabó el asunto y es tarde para meterse en quisicosas; se acabó el toreo porque los toros de Núñez del Cubillo han sido una colección de animales descastados y psicomotrizmente adocenados. Dirán, por decir, que se salvó el tercero y quizás el quinto. Que lo digan por decir si quieren, pero digo –y por decirlo– que un toro es cosa bien distinta: es sentirse, ser caprichosamente poderoso, ser astuto, quererse comer el mundo buscando a los toreros, desdibujarse sólo cuando el alma se escapa en el último instinto y no consentir que nadie se mofe a su refubo. Y los toros estos de ayer, con toda su fachada, parecían otra cosa, ocas acaso, mofetas quizás; pero toros no. Y en éstas vimos a Morante (amante de estos toros: diga Núñez del Cubillo y allí estarán Morante, José Tomás y muchos otros). Y digo que lo vimos con el capote; sobre todo en ese quite precioso por chicuelinas y el recorte final y poquito más: una verónica, un galleo, un alhelí. También estuvo Curro Díaz, que asistió impávido al asesinato en varas de su primero y que codilleó con su clase en el quinto: por la derecha lo bordó con un algún muletazo de pellizco pero por al natural ni lo vio claro ni perseveró en el empeño. Empaque hubo, disposición también, pero faltó empujar más en una tarde que podía haber sido crucial para su carrera. Lo de la espada –lamentable– lo achacó al desconcierto que le provocó el final de su faena con desarme incluido. No estuvo mal, pero dio la sensación de que podía haber estado mejor. Capea. Vaya tela... Confieso que en la tele daba pena, sinceramente, me provocaron ternura sus ojos perdidos en el infinito y su padre moviendo el cuello al ritmo de las embestidas del mejor gusarapo de la tarde. Niño de la Capea en el callejón a cuellazo limpio y El Capea en la candente como buscándose en el vacío interestelar. No entendía nada –¿por qué me pitan? ¿qué más quieren que haga? ¡no entiendo nada!–. Y así se fue pasando la tarde del 15 de mayo, la tarde que no vino Talavante y Morante sí, con el capote y sus no-toros acostumbrados y la tarde en la que Curro Díaz vio pasar a la gloria sin subirse en ella.
o Fantástica foto de Juan Pelegrín en la que se aprecia el desarme de Curro Díaz.