Julián López El Juli hizo ayer el toreo en Madrid. Se dice que lo hizo pero lo más acertado sería decir que lo sintió, que lo palpó, que lo tanteó con las manos primero para después exhalarlo con su alma completamente entregada. El Juli, que muchas veces ha pasado por las ferias con una facilidad tal que se ha restado importancia a cuanto hacía, ayer se olvidó por momentos de su acendrada técnica y de su canónica frialdad –ésa que tanto le cantan algunos partidarios obsesivos y pelmas– para romperse a torear, para espatarrarse en una impresionante faena en la que con la palma de la mano llevó una y otra vez al toro hasta más atrás de la cadera con un temple y con una cadencia tal que hasta este bloguero, que lo vio por la televisión, se sintió embargado por aquella belleza, por la entrega de un torero que demostró que tiene alma ¡coño! (porque soberbia y amor propio siempre hemos sabido que le sobraban) y que sacó ese duende gitano que parecía estar sólo en manos de los elegidos (Y es uno de ellos ¿O no?). El Juli templó tanto que la faena tuvo, incluso, tintes de delicadeza y el toro, que demostró una entrega supina, se rompió a embestir sin un solo titubeo. El animal fue bondadoso, tuvo tanto temple como escasas energías, pero conviene recordar que el torero lo vio desde el primer capotazo y que encomendó la lidia a José Antonio Carretero, que lo llevó siempre con mimo impecable. No le picaron por una razón: para que durara, ya que el primero de la tarde, que sangró demasiado, se acabó muy pronto en la fina muleta de Uceda Leal, quien por cierto también se apuntó cadenciosos lances al natural y dos estocadas superiores. Y al final de la faena, el torero despenó por arriba y la estocada quedo pelín trasera. Hubo una grandiosa petición y el presidente se hizo en longuis. Dirán lo que quieran –en muchos portales lo insultarán, se pitorrearán de él– pero la verdad es que no sacó por segunda vez el pañuelo porque era El Juli, sencillamente por eso. Escribía Joaquín Vidal en una de sus memorables crónicas que en el palco de la plaza de Valencia se sentaba Pompoff y Teddy; unos días Pompoff y otros Teddy, naturalmente. Pues en Madrid, igual: aunque también anotamos a Trini, Bonete y Churimán... Si llega a ser Castella le dan el toro entero... Pero es lo que tiene ser figura; es la dureza y la crueldad de llevar la púrpura y el cetro del toreo cosido en los alamares: le miden más que a nadie, a los toros los miran con lupa y sus cheques, como contrapartida, serán los más copiosos del escalafón. Y además, luego el presidente mofado y pitorreado le regaló la oreja del quinto. ¿Dónde metió más la pata?
Y para rematar salió el sexto de la tarde (vulgar para Molés, desclasado para Muñoz y sin gracia para Chenel) y que a mí me pareció muy encastado, con fijeza, con movilidad y humillación. Es más, diría que fue el mejor toro, a pesar de Molés, Muñoz y mi admirado Chenel, que como es Chenel se lo perdono. Y con este encastado ejemplar me encantó Manzanares por su valor rotundo (sin alaracas) y por su concepción del toreo, por su inicio de faena y por querer ser figura. Fue una gran tarde de toros en la que El Juli sintió el toreo, Uceda se gustó, Manzanares presentó su candidatura y Juan José Trujillo puso el par de la feria (sí hombre, al sexto). ¡Qué alegría!