Acabo de ver la corrida de Cuadri de ayer en Las Ventas y el último toro me ha dejado un cierto regusto amargo en el paladar. Un toro preocupante que acabó echándose mediada la faena de muleta. Se tiró como aburrido y pasota, como quien se echa a la bartola y masculla con pereza: "dejadme en paz, pesaos". Y cuando en una ganadería como la de Cuadri sale un toro así, malo. Hay que limpiar pronto esa manzana podrida para que no contamine el cesto, máxime cuando hablamos de una vacada tan corta y especial, tan distinguida que cuando uno mira a cada toro se puede detener en mil detalles: las tablas del cuello, el rabo –incluso en el rabón–, esos pitones abiertos, buidos, remataos en negro, los ojos, las pezuñas, la badana que bambolea, los prominentes morrillos.... No pude ver el primero y aunque no me entusiasmó ninguno de los cinco restantes, hay que decir que la corrida fue una tía de principio a fin gracias a su envergadura, a su remate y a su seriedad. Fue una corrida áspera, mansa en varas, pero que tuvo dos ejemplares de encastada nobleza y, curiosamente, fueron a parar al ausente, a Curro Díaz, que estuvo pero que no fue. Es un hecho incontestable que el de Linares hizo el paseíllo, saludó a la presidencia, fue entrevistado por los de la tele. Sí, pero no toreó. Hubo momentos en los que quizá... Sí, pero no se fió, ni se acopló, ni se ajustó, ni se enteró. Curro estuvo pero no fue; se fue, se marchó, se desdibujó con dos toros, cada uno a su estilo, que le regalaron la suficientes embestidas para abrir la puerta grande. Pero Curro no lo hizo. No sé si porque no supo o no quiso; no sé si porque no lo vio claro o porque le faltó espíritu, pero dio la sensación de torero superado. Hubo algún detalle bellísimo –sobre todo en su primero– y un esbozo al natural con el quinto cuando la faena se iba muriendo. No vale gran cosa el toro, decía el comentarista. No humillla, reprochaba el otro señor de la tele. Y el toro seguía embistiendo con fijeza y sobriedad, que es la palabra que mejor define a los cuadris: la sobriedad. Incluso cuando cogen: te pegan una cornada seca, como un estilete y no se andan después con barahúndas de sables astifinos. Y eso lo probó ayer Javier Valverde con el tercero, que lo mandó casi a la troposfera de un envite terrible. Por cierto, que el salmantino ha sido el mejor torero castellano de la feria de San Isidro y que por fallar con los aceros no se llevó una oreja ganada con entrega y valor. A Liria no le vi más que en uno: el cuarto, un toro incierto y codicioso que se acostaba y con el que no se quiso meter de verdad el diestro murciano. Una confesión: yo tampoco lo hubiera hecho.
o La foto es de Juan Pelegrín y resume con maestría la frustración del toreo; la derrota, el saber que se te ha escapado algo importante y no ha sido capaz de estar a la altura. Pero hay torería también, belleza, emoción, rabia contenida. Es un torero, un buen torero.