
Pero volvamos a su baile, a su complejo repertorio de movimientos y sincronías, de guiños y escorzos imposibles, tamizados por un discurrir de brazos absolutamente inverosímil. Todo en él se mueve a ritmo y compás, a contratiempo si es menester y se acumula en tal cantidad de oscilaciones –algunas absolutamente inquietantes– que para el espectador seguirle, ser capaz de leer en la coreografía de su cuerpo, no es precisamente un ejercico sencillo, aunque sí reparador. Su baile arrebata, se mete dentro de uno y allí va dejando –entre las fisuras del alma– algo parecido a la conciencia. Por eso conviene interrogarse sobre si Galván es sólo un bailaor o una especie de ermitaño que entra en cada escena en una complejísma catarsis en la que cada uno de sus músculos y tendones participa de tan inabarcable reto. Porque todo en él baila: su respiración, sus dientes, hasta el mismísimo cielo de su paladar ¡Inaudito! Lo cierto es que su actuación del jueves fue fascinante y vino acompañada por la voz telúrica de Fernando Terremoto, que se rompió tanto en una malagueña preciosísma como en la soleá. En éstas, Galván fue capaz de danzar con él a través de unos fandangos caracoleros en los que adquirió el papel de guitarra y de mujer. También emocionó el palpitante toque de Alfredo Lagos, aunque el recuerdo quedará con el primigenio encanto de Israel, con sus frenazos levemente dichos, con su discurrir por la danza flamenca con su aire sufí...
o XI Jueves Flamencos del Teatro Bretón: (Séptimo y último concierto) Baile: Israel Galván; cante: Fernando Terremoto y toque: Alfredo Lagos. Jueves 10 de mayo de 2007