Morante de la Puebla arrebatado. El tiempo detenido, el silencio de la maravilla; no hay quien toree mejor que tú porque tu sino es el precipicio, parecía decirse para sí cuando ensimismado consigo mismo paseaba las orejas en el círculo imperfecto de la Maestranza. Morante resucitado e irregular, Morante como un superviviente en el abismo de la ingratitud. Lo confieso: nunca había sido partidario suyo y ahora me muero por sus huesos; nunca me lo había terminado de creer –aunque me cegaran a veces sus fogonazos– y ahora me siento, no sé, como culpable por no haber sido capaz de descifrar su mensaje, de entender que bajo su caparazón de torero artista, de sucesor engreído de no se sabe qué cosas ante toros tantas veces arrasados, sencillamente latía el corazón de un hombre en busca de su destino, alejado diametralmente de los cursis que lo veneran por su fragilidad. Y es que Morante de la Puebla es torero, personaje y persona, contradictorio como el vino añejo que mueve sus moléculas cuando lo citan para transformarse en hilo de delicados aromas. Y qué dislate verle hundido torear para sí, con la cabeza entreverada, con la misma testa que antes le querían sesgar a los que un segundo después se hacían partidarios suyos para la eternidad, como yo mismo. Y daba no sé que verlo a porta gayola, pero no era una estratagema para anunciar nada: era el primer acto de la transfiguración. Morante herido de sí –se ha visto– es un toreo rabioso, un toreo que duele, un toreo macizo como ninguno. Por eso es capaz de irse al más allá del pitón contrario con la muleta escondida detrás; que se ofusca con muletazos maravillosos, legendarios, indescriptibles; con adornos tan lentamente prolongados que hacían crepitar el corazón. Era Morante de la Puebla destilado, reducido a la esencia, sin nada más que su desnudez y su voluntad, sin otro aditamento que su alma luminosamente escarnecida. Era Morante antes y después, y a pesar de los filólogos que han rebuscado en su mito palabras y adjetivos para definirle, todo era más sencillo: simplemente torero. (Foto de Matito, de Toros Comuncación)