Corrida concurso en la bellísima plaza de toros de Zaragoza; buenos aficionados en los tendidos (aunque pocos), toreros sencillos (López Chaves y Alberto Álvarez) –que no simples– y el que apuntó para figura, Víctor Puerto, recetó una lección de desinterés y de falta de compromiso. La corrida se anunciaba, como decía, concurso de ganaderías y los hierros eran de prestigio. Sin embargo, hubo ganaderos que comentaron que venían con astados hijos de sementales en prueba (Victorino y Alcurrucén) o con animales muy feos: Cebada y Fuente Ymbro. Vayamos por partes, toros bravos no salió ninguno de verdad; lo más parecido fue el ñu enviado por Ricardo Gallardo, que tuvo alegría, recorrido, fijeza y prontitud y que fue hasta cuatro veces al caballo desde muy lejos. Álvarez estuvo templado con él y logró algún redondo muy bello. El toro de Palha fue el que se empleó con más clase en la primera parte, donde naufragó sin paliativos el zambombo de Villamarta y soseó en exceso el Victorino hermano de Borgoñés: humilló pero le falto casta, empuje y movilidad. El toro de Alcurrucén sólo tuvo fachada y malas pulgas y el cebadita, también destartalado pero con cuello, se empleó de largo en varas y tuvo movilidad por ambos pitones, aunque no anduvo sobrado de temperamento. En fin, toros en tono menor y Ricardo Gallarado, protagonista en exceso. Víctor Puerto demostró ser un torero amortizado, un tipo que no expone un alamar y que cree que ser director de lidia consiste en colocarse en la bocana del burladero en la suerte de varas. Patético el manchego. López Chaves volvió a jugársela y pisó terrenos conflictivos y Álvarez, que nada pudo hacer con el Guardiola, malogró una estimable labor en el sexto con la espada. Lo mejor, la compañía.