domingo, 29 de abril de 2007
Fenómenos paranormales
En la vida menudean los fenómenos inexplicables: los Ovnis, las caras de Bélmez, el mismísimo Bush, Yola Berrocal o que el Real Madrid tenga posibilidades de ganar la liga. Y el mundo de los toros, como parte que es del acontecer humano, también cuenta con su ración de paranormales acontecimientos, de extraños sucesos o de inescrutables decisiones. Y ayer se vivió uno de ellos en la plaza de Calahorra: el hecho mismo de la celebración del festejo con el diluvio universal citado sobre La Planilla, el ruedo hecho un barrizal y nadie, es decir, nadie en los tendidos. Este cronista, entre lance y lance (de los toreros, se entiende), se entretuvo en contar el número de espectadores que se había dado cita allí: sesenta y cinco, exceptuando a los músicos y a los que de gañote deambulaban por el callejón, a los médicos y a los taquilleros que de hurtadillas se asomaron a los tendidos a ver cómo iba la cosa. Sesenta y cinco espectadores, seis toros, un montón de picadores, los banderilleros, el alguacilillo y la lluvia incesante que sólo al final se tomó un respiro... Antes de comenzar el paseíllo, los jóvenes coletudos discernían entre ellos ¿Toreamos o no toreamos? Algún banderillero insistía en que era una locura comenzar. Fue el único. Así que jarreando, media hora después de las seis de la tarde, con la plaza terriblemente vacía, comenzaba el acontecimiento más absurdo de los últimos tiempos: una corrida de toros sin público; los tendidos ahítos, los timbales totalmente recrecidos por el eco y el presidente y sus dos asesores solitos en el palco, sin nadie que les protestara, sin líos a la vista. Y los toreros, a lo suyo y los banderilleros quejicosos por el ruedo, por las inclemencias y por el afán de tres jóvenes novilleros que se echaron la manta a la cabeza y decidieron torear cuando lo que tocaba eran sopitas calientes y partidas de mus, o una buena lectura, que bien mirado, no hace mal nadie. Pepe Moral, que a la postre cortó dos orejas, es un torero espigado que se gusta mucho en los lances al natural, como cuando dio sitio al primero de sus morlacos y dibujo al menos tres tandas con especial suavidad, con inusitada firmeza. Conviene recordar la faena que le valió el último ‘Zapato de Oro’ y cómo ahonda cada vez más en un toreo ligado y nada superficial, quizás un punto rápido, pero con verdad en los cites y claridad en las ideas. En el novillo de las dos orejas volvió a demostrar su temple y aunque el morlaco se quedaba más corto, la primera parte de cada muletazo tuvo enorme plasticidad. Mató por arriba y paseó dos orejas pedidas a grito pelao por una señora que se erigió en la protagonista de la grada. Eso sí que eran pulmones. Conviene apuntar que de los sesenta y cuatro espectadores restantes, al menos el 75 por ciento también solicitó el premio, aunque sin gritar, blandiendo pañuelos o agitando bolsas de pipas, cacahuetes o paraguas. Uno lo hizo con el puro. Miguel Tendero también dio una gratísima impresión, sobre todo en el primero de su lote, donde dejó algún pasaje de gran calidad. Acaba de debutar con caballos y se llevó el sexto, que a pesar de ser un novillo, parecía el padre de los que en esta plaza en marzo estoqueó, por ejemplo, ‘El Cordobés’. (Esto no es un fenómeno paranormal porque se suelen conocer las razones, pero sucede en casi todas las plazas). El novillero menos lucido fue Andrés González, que estuvo voluntarioso ante un lote que mereció más.