Estrella Morente arrasó en un concierto en el que Riojafórum se rindió a la belleza de su voz y a una magnífica puesta en escena en la que la cantaora granaína lo ocupó todo con sus imponentes gestos
Estrella Morente es una mujer adornada por múltiples virtudes. Canta para morirse, actúa; si viene al caso, sobreactúa y en el escenario se comporta con ademanes propios de una diosa. No se quiere decir que sea un ser sobrenatural –para eso está su padre–, pero va camino de situarse en el parnasillo de los mitos del flamenco, aunque, a veces, abandone un poco de los senderos en los que ella navega con la ligereza de una goleta para dolerse en nostalgias que por su edad es imposible que todavía haya sufrido, como cuando remedó a Susana Rinaldi y su alucinante y finisecular tango porteño. Gustó pero faltó esa brizna de dolor y sangre; ese arrastrar un poco más las notas para imprimir a fondo los aromas de los desencantos. Pero sería falso no decir que ayer los cimientos de Riojafórum se rindieron a su prestancia, a pesar de que el sonido la traicionara en más de una ocasión: la guitarra de Montoyita se apreciaba demasiado metálica y el volumen –en la primera parte de la actuación– era a todas luces excesivo. Sin embargo, la Morente no se desangeló. Es más, fue capaz con su soltura y su magia en el escenario de ir poco a poco ganándose el fervor de un público multicultural que bebió los vientos por ella, incluso cuando se adornó con su mantón lanceando el aire con un compás gitano de singular belleza. Hubo tangos como los de ‘La Gazpacho’, ‘La Repompa’ y ‘La Tía Concha’, alegrías por doquier, una bellísima media granaína y una malagueña en tono de granaína –esa que hablaba del jardín de Venus– como para morirse. También se estiró por rumbas, como las de la ‘Negra si tú supieras’, que le resultaron bellísimas y en las que dio la dimensión de flamenca de escenario, de llenarlo todo con el simple batir de su mirada. (Foto: Alfredo Iglesias)