sábado, 17 de febrero de 2007
La noche fue un clamor
La noche fue un clamor de principio a fin, desde los fabulosos y desconocidos cantes de Trilla hasta ese final con sabor a absenta de flamenco de reclinatorio, martinete y oración. Salió por la puerta grande Fernando de la Morena porque fue capaz de transportarnos con su eco y su preciosa voz, –poderosa y redonda como pocas– a la esencia de los cantes de Jerez, sobre todo en la soleá y en la siguiriya, dos palos perfectos para saborear el flamenco sin ambages, ése que se cuela por los vericuetos por donde se desangra el alma. Qué hermosura y qué placer poderlo sentir en Logroño notando la respiración del artista, sus balbuceos o su emoción misma, como cuando atacó la taranta para dibujar en el aire del Salón de Columnas momentos de hermosísima flamencura. Pero además de la genialidad de Fernando de la Morena hubo en el concierto otro recital: Moraíto de Jerez y la esencia de la guitarra flamenca, por su inagotable compás y su singular maestría. Uno de los mejores aficionados de la sala, uno de esos que nunca falta a la cita con lo jondo, no podía dar crédito a lo que sus ojos contemplaban mientras escuchaba embelesado: !Morao, suelta la guitarra que va a salir andando¡, le espetó para demostrarle su profunda admiración. Y no era para menos, porque este guitarrista jerezano, acompañante habitual de José Mercé, dejó el jueves una noche sencillamente memorable; tanto en las piriñacas que se marcó en solitario, como en el bronce de su acompañamiento. Moraíto tiene la virtud de los buenos conversadores porque sabe escuchar el cante como pocos y por eso, lleva hasta el infinito el misterio de la soleá o el ritmo intrincado y desolador de la siguiriya. Y el compás... Moraíto no lo perdió ni en un sólo milisegundo y cuando daba paso al cante lo hacía porque él era el primero en saborearlo, porque era el mejor de los aficionados de la sala.