No he sido nunca un morantista al uso de los muchos que conozco. Tipos en general que añoran no se sabe qué y que depositan en el matador de la Puebla todos las bellezas desaparecidas del toreo. La verdad es que en muchas ocasiones Morante de la Puebla me ha desesperado sin darme nada a cambio, una brizna quizá, un manojito de ese alhelí que tan peculiarmente administra. La verdad es que Morante me parecía un tanto bisutería, como muy de pitiminí aunque sin llegar al amaneramiento rococó de Conde, que me parece bastante infumable, absurdo y sobreactuado. Hubo un Morante, eso sí es verdad, que me interesó mucho: el que me cautivó tras su alternativa burgalesa. Pero llegó la cornada de Sevilla, las dudas, los problemass y cuando volvió muchos revisteros y propagandista le impusieron una especie de estola de un curroromero resucitao que me parecía dañina e intrínsicamente perversa. Muchos dudamos de todo, nos parecía un montaje. Me decepcionó especialmente en Madrid, el día del festival de Paula y la suerte me llevó a perderme sus faenas de este año. Unos amigos me hablaron de lo de México de hace quince días. Y ayer lo vi. Vale que el toro era un churrillo, pero no tengo palabras para explicar lo que me hizo sentir Morante de la Puebla.