Pablo Hermoso de Mendoza reconoce que el sol de México le ha llegado al alma y ahora, mediado el mes de septiembre, inmerso en el intenso fulgor del toreo en Europa y con el festejo del martes en el horizonte, los días grises y lluviosos ahondan todavía más en su ser espiritual y reflexivo: «He logrado todos mis afanes mensurables, he triunfado en todos los sitios y creo que he conseguido cosas inimaginables para un rejoneador apenas hace una década, pero el camino no ha terminado porque a la búsqueda de la belleza no se le puede ni siquiera adivinar el final; ya no me mueven las orejas ni medirme con otros toreros, el dinero ha pasado a ser algo secundario, mi mayor competencia soy yo mismo y mis avales siguen siendo mi entrega al toreo, mi ansia de superación, el respeto del público, el amor al toro». El rejoneador estellés lleva tras de sí una temporada en la que va a superar los cien festejos con infinidad de triunfos, con una tarde de cuatro orejas en Madrid y rabos en la México, Pamplona, Nimes o Huelva: «Es durísimo tantos viajes, tanta presión, tanto esfuerzo, pero ahora en septiembre ya está muy cerca el descanso, el momento de preparar nuevos potros y de disfrutar de mi familia». Pero antes llegará la cita con la afición de Logroño, una de sus plazas talismán: «La Rioja es muy especial para mí por muchas cosas, por todos mis amigos, por ser escenario de parte de mi vida y porque en el picadero de Logroño empecé a rejonear montado en un palo de escoba a Miguel, el corralero, que me embestía. En esta ciudad, además, siempre me suele salir un toro con posibilidades», subraya el maestro desayunándose un sencillo emparedado de salami en su finca de Estella mientras observa y ayuda a cambiar las herraduras a uno de sus caballos. «Chenelillo...», le dice cariñosamente estirando la i y acariciandolo en el bocado con un tacto frágil y perezoso: «Yo amo a los caballos y he sacado de ellos cosas impensables. Pero he sido leal y lo he hecho con mis manos desnudas, sin falsos artilugios, sin castigos, con rotundidad sí, pero sin abusos o violencia. Creo en la templanza y cuando me he peleado con un caballo lo he hecho de verdad, por derecho, de tú a tú. Detesto las artimañas y por eso ni toreo por colleras ni mato novillos. Aunque existan pretendidas figuras que lo hagan. Yo no estoy aquí para llevármelo crudo como hacen otros en esta profesión, tanto de los que van a pie como los montados».
Pablo no se deja superar por nadie: «En la vida me he ido marcando metas en cada momento. Cuando tomé la alternativa ni me podía imaginar nada de lo que me sucede ahora. Llegaba a las plazas con caballos mucho peores de los que tenían los otros y con una preparación muy a distancia de las figuras del momento. Competía hacía mí, me revelaba contra lo que yo hacía mal y durante los once años durísimos que pasé hasta llegar a los primeros grandes triunfos se fueron forjando a la vez mi toreo y también mis sentimientos. Ahora, desde la distancia, distingo aquella época como inolvidable y lo de hoy no tendría sentido sin aquello, a pesar de las fatigas, de los esfuerzos, de las locuras que hice y de los malos ratos». Pablo pasea entre sus caballos antes de colocarse las polainas y uno de sus muchos perritos le hace añagazas y carantoñas moviendo el rabillo con simpatía: «Muchos de los jóvenes de ahora lo tienen más fácil que nosotros y en ocasiones, se creen que pueden competir contra mí sin haber hecho nada. Y ése no es el camino. La ruta es ir haciéndose, forjandose en la dureza y el respeto nunca se tiene que perder».
«Cuando salgo a la plaza salgo a morir»
Para Pablo Hermoso de Mendoza el toreo significa entrega absoluta: «Un torero sale a la plaza consciente de lo que se juega, sabedor de lo que empeña cuando se pone de verdad y hay momentos en la vida en los que te tienes que olvidar de todo para triunfar y eso es fácil, lo difícil es tenerlo claro. Hace unos años fui a Madrid y estaba convencido de que iba a pegar el petardo por mi momento y por mis caballos. Y salí a la plaza desprovisto de preocupaciones, entregado al toreo en cuerpo y alma y logré un gran triunfo». El jinete navarro recuerda unas palabras que le dijo su anterior apoderado, Enrique Martín Arranz, tras una seria voltereta en Las Ventas: «Estaba en el hospital hundido, con un hueso roto porque pensaba que me había equivocado apostando al máximo en un determinado lance. Y Enrique me dijo que ese tipo de gestos son los que marcan diferencias y señalan a los que van a ser figuras del toreo, que no me había equivocado y que el público había captado todo lo que había arriesgado».
Pablo aprovecha cada momento para mirar a sus caballos, para charlar con su gente: «Ésta es mi vida y no quiero que nada me arrebate las sensaciones que puedo tener cerca de ellos, por eso no consiento que ninguno de mis negocios me pueda quitar ni cinco minutos a día de lo que más quiero. Y tengo muchos sueños, muchas esperanzas y muchas metas por alcanzar y existe una muy especial que pronto desvelaré».
o Entrevista con Pablo Hermoso de Mendoza publicada hoy en Diario La Rioja. Foto de Justo Rodríguez