Antonio Hernández cayó derribado de lo alto de la acorazada de picar merced al empuje del segundo cebadagago de ayer, que a pesar de sus 471 kilos –una cosa de nada para estos tiempos– tiró al caballo como su fuera una leve hoja de laurel. Derribó primero y lo hizo levitar después para lanzar toda la anatomía equina sobre la bota de hierro del picador, que se quedó debajo inmóvil y rendido mientras ‘Deseadito’ corneaba el peto del penco. Al otro lado de aquella trinchera estaba Antonio Hernández, que luchaba por zafarse del peso del caballo y por salir cuanto antes de tan comprometido trance. Varios banderilleros se afanaban por liberarle de la trampa. Y en esto, zas, el toro, aburrido de cornear al peto, hizo un regate y salió disparado hacia las tablas. Entonces, de súbito, cambió la dirección de su proa y como un barco enfurecido depositó su fiera mirada en el picador acorralado, que yacía ya en soledad, vencido bajo el caballo y sin posibilidad alguna de defenderse. Entonces, la vida, atrapada en un instinto, pareció rebelarse y el toro, en vez de irse derechito hacia el indefenso varilarguero, rodeó al caballo y al picador, pasó de largo y como un fulgor entregó su embestida a uno de los muchos capotes que pululaban en aquella zona de la plaza.
Fue el instinto. Quizás. A lo mejor la suerte, la moneda que cruza las plazas de toros y que también salió de cara para Rodrigo Arias, el gran ‘Monaguillo de Colombia’, que pasó lo suyo pareando al tercero cuando el toro se le fue directo al pecho al consentir tanto la embestida y jugársela de verdad cuadrando en la misma cara, donde el tiempo se dicta con especial severidad y apenas queda sitio para la huida. Ayer, la corrida deambuló perseguida por el voraz cuchillo de la suerte. El toro bravo no entiende de circunstancias y no se pregunta nunca la conveniencia de embestir por derecho o dibujar sombras con su mirada. Ayer, Antonio Hernández se reflejó en los ojos del segundo cebadagago y por la noche, seguro que soñó con ellos.
Toros de Cebada Gago. Bien presentados. El 1º, extraordinario; 2º acusó la segunda vara y el 3º, de gran juego. El resto, mansos y descastados.
Luis Miguel Encabo: palmas y silencio; López Chaves: silencio en ambos y Luis Bolívar: vuelta y silencio. Plaza de La Ribera de Logroño. 1º de feria. Casi tres cuartos de entrada.