Los sentimientos en la vida real no se pueden cuantificar como si se estuviera contando caracoles o árboles desde un autobús. En el torero, tampoco. De hecho, las faenas no son ni mejores ni peores porque tengan más o menos muletazos, más arrojo o precauciones, más entrega o aspavientos. No. En el toreo lo que cuenta es lo de parar el tiempo, como hizo El Cid ayer, por ejemplo, con dos naturales rebosantes unidos después a un increíble pase de pecho. Pero, por qué El Cid se entretuvo en parar el tiempo. Dónde reside la magia para ser capaz de con una simple pañosa encelar a un toro, sujetarlo a divinis y tirar de él con tanta lentitud como parsimonia. Eso es el toreo: algo inexplicable. Engañar sin mentir, que decía el viejo Bergamín cuando cayó rendido ante esa evidencia mística y varonil llamada Rafael de Paula, quien poseía el don antinatural del compás.
Así que después de leer el libro de la Música callada del toreo, llevo toda mi vida preguntándome qué es eso del compás. Chano Lobato, el rey del duende, estuvo un día entero explicándomelo. Hasta rapeaba a compás, con una cucharilla y su guitarrista Fernando Moreno por el suelo, embargao. Miré fijamente al maestro, me sumergí en su delirio pero no fui capaz ni por un segundo de desentrañar el secreto. Me rozaba pero no lo comprendía y como un pececillo se me iba de la manos. Como ayer con El Cid, que me rindió una vez más a la evidencia de que lo tiene pero que resulta algo inexplicable. Pero, por qué El Cid se entretuvo en parar en tiempo, lograr frenarlo en seco y a la vez consentir que mi segundero siguiera avanzando irremisible con su tic-tac infinito. Y mientras, el torero de Salteras allí, consciente de su obra, olvidado de sí, templado, magnífico, embriagado a pesar de la contundencia de los relojes.
Toros de José Miguel Arroyo y Enrique Martín Arranz, sospechosos de afeitado, grandones y de juego desigual. El segundo, bravucón, destacó por su movilidad. El mejor, el sexto; bueno el quinto y el resto, incapaces de aguantar las faenas. Devuelto el tercero, el sobrero fue de Torrealta, descastado y mal presentado.
El Juli: saludos en ambos; El Cid: silencio y oreja y Eduardo Gallo: pitos y silencio. Plaza de La Ribera de Logroño. 4º de feria. Más de tres cuartos de entrada.
Los pitones del primero y el quinto de la corrida, ambos del hierro de Joselito, fueron enviados a analizar por sospechas de afeitado
El equipo gubernativo y veterinario de la cuarta corrida de la Feria de San Mateo decidió enviar a analizar por estimar indicios de manipulación fraudulenta en las astas los pitones de dos toros lidiados ayer. En concreto, del nº 25, corrido en primer lugar y que correspondió a ‘El Juli’ y el nº 59, precisamente al que ‘El Cid’ cortó la oreja. Ambos astados pertenecen a la ganadería de José Miguel Arroyo, ‘Joselito’