Me desperté el domingo abrumado. Cayetano S. A. ya era matador y el mundo seguía dando vueltas como si tal cosa. Es más, yo, mientras me desperezaba, ni me acordaba de que en Ronda había sucedido un acontecimiento, el del milenio, según unos, el de toda la eternidad, según otros. Y nada, que bajé al quiosco y me compré la prensa a ver si escampamba. Y no. En El Mundo, Javier Villán profetizaba; en El País, Antonio Lorca se mostraba enamorado. Y yo, estupefacto, contemplé con asombro las páginas de sociedad, con las fotos de los guapos, de los primos, de los famosos periodistas. Y como siempre, el toro y el toreo seguía sin importarle a nadie... (Bueno, a casi nadie)