jueves, 31 de agosto de 2006
Padilla obliga a un banderillero a desmonterarse y después le ofrece la muleta para que haga él la faena
No sé cómo empezar a contar lo vivido ayer en la plaza de Calahorra. Bueno sí, Juan José Padilla, antes de empezar la faena del cuarto toro, obligó a uno de sus subalternos a desmonterarse –había realizado una lidia impresionante tras inhibirse su jefe de filas– y después le ofreció la muleta para que hiciera él la faena. La gente se hartó del ciclón de Jerez, empezó a lanzar de todo al ruedo y el diestro se fue a la barrera negándose a proseguir la lidia. Al final, y cuando cesó el lanzamiento, Padilla tomó los trebejos bajo una monumental bronca, tan monumental como la corrida enviada por Dolores Aguirre: seis pavos de impresión que lucieron unas defensas buidas y astifinas y que recibieron una media de seis o siete puyazos en toda regla cada uno (como he sido testigo del acontecimiento, nadie me lo podrá negar). Hubo un toro que después de llevar una estocada en todo lo alto y seis puyazos además de medio millón de lances de toda clase y condición tuvieron que llevarlo a tablas para poder descabellarlo a placer. Más de 25 golpes de verduguillo entre arreones y despavoridas carreras de Eugenio de Mora y su cuadrilla. Pero este torero y El Califa hicieron lo que honestamente pudieron y aunque dejaron bien patente su falta de recursos para la lidia, mi respeto hacia su valentía, hacia el mérito que tiene ponerse frente a un toro de lidia de verdad. Otra cosa fue Padilla. Desde el principio estuvo ausente y retador. No quiso poner banderillas. Vale, está en su derecho, pero en el toro de la bronca pidió al presidente que cambiara el tercio sin haber fijado él el astado con el capote. Con chulería y parsimonia fue al toro y le dio un lance. Os podéis imaginar lo que le dieron en el caballo. No se movió y uno de sus peones llevó el peso de la lidia de principio a fin. La gente se puso con él y Padilla, con la muleta en la mano, le obligó a desmonterarse, cosa que el banderillero hizo de muy mala gana. Y después, lo inaudito: le ofreció la pañosa para que el peón prosiguiera la lidia. Es tarde y estoy cansado, pero hablé con Padilla y me contó lo que piensa. Mañana más.