No ha estado mal la experiencia con los recortadores en Rincón de Soto, que encima iban vestidos como de goyescos, aunque, eso sí, con deportivas para correr sin temor ante la cara de los descarados astados, de unos toros con fuerza y más brío que los que se lidian en la mayoría de las ferias. Me gustaron dos recortadores porque hicieron las cosas con cadencia y despaciosidad, desmayados y con soberbia lentitud. Los había de todas las latitudes de España y la gente se ha divertido tanto que se han pasado en un suspiro las dos horas que ha durado la función. Ah, mis hijos se han hartado de aplaudir y Mario, el mayor (siete años recién cumplidos), de hacer fotos tan bonitas como ésta: