viernes, 19 de mayo de 2006
Qué pena de Ibanes
La de Baltasar Ibán es una de esas ganaderías que me mueven el alma, una de esas vacadas cortas y algo extrañas que siempre me han gustado por su minuciosidad, por lo curioso de su encaste y por las bravas acometidas que suele deparar, como en la pasada Feria de San Mateo, donde dieron una tarde maravillosa, una tarde en la que salió, además, un toro con alma. Sin embargo, ayer a Madrid la ganadera y estupenda señora Cristina Moratiel (he tenido el gusto de departir con ella sobre toros y la tengo en gran estima) envió una corrida como descuajeringada y desigual, una corrida salida como a remiendos, con toros desangelados y pobres de espíritu. Acaso se salvó el primero, un toro que destapó las vergüenzas de Dávila Miura, matador que cuando sale a Las Ventas se le viene materialmente el mundo encima, aunque el toro le embista franco. Con el que se despidió salió despavorido y sin ideas. Mal el sevillano que prologó a Salvador Cortés, otro matador alambicado y sin las ideas claras que por lo visto en este Madrid facilón y lleno de isidros parece sencillamente otro vulgar pegapases. Y me da pena porque en Sevilla debió de estar bien y porque se ha labrado su futuro con ambición. Sin embargo, ahora que mientras escribo escucho el concierto para piano y orquesta número 12 en la mayor de Mozart, prefiero pensar que no era Salvador Cortés el que estuvo ayer, ni su hermano Luis Mariscal –ahora me entero– sino un clown, un tipo que se le parece y que sonríe a medias mientras el toro de Ana María Bohórquez, aleonado y carifosco, iba derrochando suaves embestidas por ambos pitones sin que nadie cayera en la cuenta que se le caían las orejas, las dos. Lo pilla uno que yo me sé y arde Madrid.... Y qué decir de Matías Tejela: coño, me gustó Tejela, sobre todo en los lances con el capote de recibo al Ibán que se murió de pie en el caballo (alguien explicará algún día lo que pasó). Luego se quedó sin toro con el sobrero de Bohórquez y el penúltimo de los ibanes –esto es verdad– se puso imposible, tan imposible al parecer como que a los taurinos les dé un ataque de sentido común. Sobre todo a los que mandan, que cada día miran más oblicuo y que –permítaseme esta expresión– parecen tontos.