Recupero ahora un viejo artículo publicado en esta bitácora sobre cómo ven los taurinos la cuestión del afeitado, la vergüenza que nos hace sonrojarnos a los aficionados y con la que se mueven como peces por el agua muchos taurinos y ciertos periodistas.
Hace unos días y durante la pasada Feria de Alfaro (La Rioja), el apoderado de un torero de fama daba la siguiente explicación sobre las razones del afeitado: «Se afeita a los toros porque son personas humanas» (los toreros, se entiende). Y se quedó tan ancho. El interlocutor le espetó que desde su punto de vista, los toreros desde luego que son personas humanas, como la mayoría de la personas. Pero que como tales, podían decidir que si no tenían valor para ser toreros además de personas humanas, pues que lo lógico es que se quedaran sólo con la condición que les dio la naturaleza. Entonces, el apoderado del torero-persona-humana de fama decidió mirar a otro sitio y se hizo el sueco, calvo pero al fin y al cabo, sueco. Uno cree que miró a ese reglamento que permite el afeitado o quizás a esos otros apoderados tan humanitarios que pululan por las plazas y que cuando pisan una ganadería lo hacen con un solo argumento: «Señor ganadero, mire, «Flamenquito de Usera» (es un decir, aquí se puede poner si se quiere el que sale en la foto), mi torero, además de tal, es una persona de humana condición y bajo ningún concepto está en condiciones de estoquear su corrida a no ser que le quite lo que hay que quitar». Así que el ganadero que se deja afeitar –por lo que demuestra estar ahíto de escrúpulos– pasa por el aro y le permite al apoderado hacer lo que haya que hacer o más todavía. En éstas, el empresario traga porque el tal «Flamenquito de Usera» podría ser una gran figura y sin figuras en los carteles, las taquillas suelen ser un churro. Así que ya se sabe, si se desean ver corridas de toros en puntas, habrá que prescindir de las «personas humanas».