sábado, 13 de mayo de 2006
Castella, un 'bicharraco'
La primera vez que vi a Sebastián Castella de matador de toros fue en un gache en Santo Domingo de La Calzada, un pueblo de La Rioja Alta que descansa a los pies del San Lorenzo y desde el que se puede ir dando un paseo en coche al Echaurren, un restaurante donde los ojos se hacen chiribitas. Pero volviendo al toro, en aquella tarde contemplé a un espigado francés que por no saber casi ni conocía ni los rudimentos básicos para asir la muleta. Pero ayer en Madrid toreó con una lentitud tan pavorosa como el miedo que es capaz de hacer pasar a los que aguantan la respiración cuando dicta esos lances suyos tan al borde del precipicio, olvidándose por momentos de su vida y tan sereno que no queda más remedio de deducir que este francés es un bicho, un auténtico bicharraco, si se me permite la expresión. Y es que cuando se planta en la plaza tan mayestático parece barruntar dentro de sí: "Me importa todo tres cojones y para torero yo". Y así lo vi, como desposeído del resto aquellos afanes que no sean salir por la Puerta Grande; todo lo demás es circunstancial para él y sólo le mueve en su interior un impresionante afán de triunfo, una torería muy personal que además adereza con un excelente trazo en los muletazos y con un temple cada vez más desarrollado. Mató fatal y perdió el afán, pero Madrid sabe que este Castella tiene madera de figura de verdad y yo me alegro. La corrida de Garcigrande, una porquería. Sin embargo, entre su lamentable falta de casta sería injusto olvidarse de un gran toro, un excelente morlaco que le cayó en suerte al bueno de Fandila. Me gustó su trapío y la encornadura ofensiva que lucía; no peleó mal en el caballo y tuvo varias excelentísimas virtudes: embestía humillado, demostró una gran fijeza y fue siempre a más, a pesar de que Fandila –que toreó superiormente con el capote para sorpresa mía y de todos mis conocidos– no fuera capaz casi nunca de estar a la altura del manantial del astado. Creo que se llamaba 'Guitarra' y desde aquí mi olé para su bravura. El Capea es un torero vulgar con hechuras de pegapases. Lo intentó en el mansito y acobardado primero y se desdibujo en el buey con el que acabó la corrida. A pesar de sus limitaciones, sería injusto decir de él que no ha mejorado desde la última vez que lo vi. Ah, Villasuso está mosqueado con el pueblo madrileño que ayer se citó en La Monumental porque aplaudió al de Pereda. Vale, no fue bravo, pero fue un toro, un toro con edad, cuajo, pitones, con cierta astucia y con genio. Coño, no era una cigalita y por eso en Madrid y por comparación con los otros cuatros le aplaudieron. Yo, si hubiera estado en Las Ventas, me hubiera fumado un puro a la salud de Castella, que es todo un bicharraco... Por cierto, esta pedazo de foto ha salido de mundotoro, portal que "adoro".