Los presidentes de las plazas de toros suelen dejarme casi siempre cariacontecido. Recuerdo a uno que solía –no sé si seguirá– subir al palco en Las Ventas y en cada una de sus actuaciones actuaba a guisa de vicetiple, con gestos ridículos en el palco y con una media sonrisa ladeada inenarrable. Este señor vino a Logroño a sustituir a unos compañeros suyos fumigados. Alguien me dijo que se presentó voluntario. No puedo decir quién es ese alguien pero la suya fue una feria épica: hubo de ser escoltado un día para abandonar la plaza de La Ribera. Pero parecía gozar en el marasmo, como después hizo en el callejón de Madrid haciendo de cuarto árbitro o de espontáneo. En Logroño, el día de autos el tipo se mantuvo firme, mayestático, ante la bronca y la indignación y parecía feliz después de haber estafado a 12.000 personas porque, sencillamente, el que mandaba era él. Desconozco si seguirá, si se habrá ido de agregado cultural a las colonias o si continuará en el imperio a lo suyo, a lucir piernas de vicetiple, a demostrar que manda mucho, que es un elemento poderoso que roza bien y sabe con quien rozarse en cada momento. No lo sé, pero el pasado sábado en Calahorra seis picadores protagonizaron un conato de motín por querer salir al ruedo con los caballos cegados. Uno de ellos, por lo bajini, dijo que si no les dejaban tapar los dos ojos, le iban a dar loftite en el descubierto. Así está esto. Ah, también sé de algún presidente de fuera de La Rioja que ha decidido mandar algún que otro pitón a analizar y desde la Consejería de turno lo han frenado en seco. Por ahora puedo decir que en La Rioja les dejan trabajar con tranquilidad, con independencia. ¿Por qué será?