La afición puesta en pie y por dos veces. Así de rotundo fue el triunfo de Paco del Pozo este jueves en el Salón de Columnas. Y no hubo espacio para la disidencia, las argumentaciones contrarias o los desencuentros. Todo el mundo de acuerdo: Paco del Pozo es un cantaor repleto de futuro y nosotros, en Logroño, en nuestros entrañables Jueves Flamencos, ya lo sabemos. De hecho, desde que el año pasado sorprendiera con su caudal de voz, muchos espectadores esperaban con ansias una actuación tan redonda y plena como la vivida, una actuación extremadamente flamenca en la que además de demostrar un conocimiento enciclopédico de los cantes, fue capaz de llegar a ese clímax donde habitan los sentimientos, donde los cantaores se olvidan de técnicas y andamiajes y se presentan desnudos en los momentos sublimes, como en esa siguiriya incorpórea en la que hubo quien levitó por su belleza, por su expresividad dramática, por su flamencura. Paco del Pozo tiene en la garganta una especie de Gran Cañón del Colorado, un abisal fenómeno tectónico con el que es capaz de abordar los melismas más complejos y enrevesados. Sin embargo, cuando le da por masticar el cante, cuando mete hasta dentro el grito y rebrota las sílabas después, (una-a-una) como conteniendo el aire una milésimas de segundo, es capaz de parar el corazón del más pintado. A Paco del Pozo el flamenco le huele a una sorprendente combinación de matices: desde lo rancio a lo más nuevo; desde el respeto a las normas clásicas a una sensación de rebeldía que no sé por qué desprende desde el escenario. Al final, se despidió con una toná a pelo. Sin nadie –puesto en pie– como en un púlpito de soledades entre el silencio admirado de una afición que ya la tenía a sus pies.
o Quinto concierto de los Jueves Flamencos, jueves 16 de marzo de 2006; lleno (localidades agotadas). Cante: Paco del Pozo. Toque: Antonio Carrión.