lunes, 6 de febrero de 2006

El viejo y el mar en una barrera de La Manzanera

Hemingway visitó Logroño en 1956 siguiendo los pasos de Antonio Ordóñez


Hemingway sentado en una barrera del ocho de la vieja plaza de Logroño. A su derecha Mary Welsh, su cuarta esposa. Más a la derecha, un aviador británico de la RAF, míster Rupert Belleville, aficionado y medio torero, y en el ruedo Antonio Ordóñez. 21 de septiembre de 1956, San Mateo, llovizna y el alcalde Julio Pernas preside la corrida.


Para Migueliyo, crítico taurino de Nueva Rioja (Diario LA RIOJA en la actualidad), la presencia de Ernest Hemingway en Logroño para disfrutar de las dos corridas de aquella feria matea no tuvo más importancia que el faenón de Antonio Ordóñez a un toro de María Montalvo. El crítico iba a lo suyo, pero el nobel norteamericano, con su barba blanca y su corpachón, del que él mismo se pavoneaba diciendo que si le sacaran toda la metralla que llevaba consigo sería posible carrozar un automóvil, no pasó desapercibido para los miles logroñeses que casi llenaron aquella tarde La Manzanera para contemplar a los maestros que copaban el cartel: Litri, Ordóñez y Girón.
 

La academia sueca le había concedido el premio Nobel de Literatura dos años antes y en 1953 había decidido reaparecer por España. Ya no era aquel joven reportero ni el excombatiente de la Primera Guerra Mundial que había llegado a España treinta años antes para escribir “Fiesta” y quedarse prendado de los toros, del maestro de Ronda Cayetano Ordóñez, “Niño de la Palma” y de Juan Gris. 
El Hemingway que visitó Logroño siguiendo los pasos del hijo de Cayetano ya había cazado el oso gris en las tierras de Canadá, probado el azúcar de Cuba, pescado el pez espada en el Caribe e incluso se había asomado a Kenia desde las nieves del Kilimanjaro. 

Llegó a Logroño en grupo –Hemingway nunca viajaba solo– y como si guardara un profundo miedo por la soledad se había hecho acompañar de un hostelero de Pamplona, Juanito Quintana, un piloto de la RAF que degustaba el arte de burlar a los toros quedándose más o menos quieto y su mujer, también norteamericana, periodista y aficionada a la fiesta gracias a sus viajes a Méjico, donde había visto a Manolete en alguna de sus apoteosis. 

La fascinación que Hemingway sintió por los toros no fue acompañada casi nunca por un conocimiento exhaustivo ni profundo de las suertes ni del trabazón de la lidia. Hemingway buscaba la presencia constante de la muerte en la fiesta, e incluso en el triunfo de los toreros a él le acompañaba una brizna de muerte. Hemingway y su séquito llegaron a Logroño con el tiempo justo para la corrida. “Es que habían almorzado en Pamplona con Quintana”, relata Esteban Chapresto, fotógrafo aquellos años del mítico y añorado semanario de información taurina “El Ruedo”, y autor de las fotografías que acompañan este reportaje y que vieron la luz en uno de los números de aquella revista dedicada a las fiestas de Logroño. Juanito Quintana y uno de los hermanos Chapresto consiguieron “no sin esfuerzo” alojamiento para el novelista y su compaña en el Gran Hotel, junto a los toreros y los prohombres que visitaron esos días la ciudad. 

Paseo por Logroño

Al día siguiente Hemingway dio un paseo por Logroño con Ordóñez y el doctor Tamames. Se entretuvo en degustar vino de Rioja y pasear por el Ebro. Y es que desde 1954, que estuvo en San Isidro y en la feria de Aranjuez, Hemingway no había vuelto a pisar España. Ahora seguía al hijo del protagonista de su primera novela. Con Antonio Ordóñez mantuvo una amistad mucho más serena que con Cayetano: “Eres mejor torero que tu padre”, le dijo. Quizás en el viejo escritor se habían apagado muchos de sus fuegos vitales de antaño y se estableció entre ellos, como señala el biógrafo del diestro, Antonio Abad Ojuel, una “pintoresca sociedad repleta de connotaciones paterno–filiales. Antonio, años adelante, habría de llamarle papá Ernesto y pactó con él una fantástica asociación en la que uno se ocupaba de la literatura y el otro de los toros”. Hemingway tras las corridas de Logroño fue a Zaragoza a disfrutar de El Pilar, no sin antes confesar a Chapresto que el público riojano estaba muy enterado y dejaba picar los toros como es preciso en el toreo moderno y “sin dar coba ni dejársela dar”.


Versión del Reportaje en 2016 



Hemingway y su séquito, en San Mateo

Sesenta años de la visita del escritor a las corridas y bodegas logroñesas


Lloviznaba levemente aquel 24 de septiembre de 1956 en Logroño. Tarde de toros, con Miguel Báez 'El Litri', Antonio Ordóñez y el venezolano César Girón ante una corrida de María Montalvo en los chiqueros de la Manzanera y con Ernest Hemingway en una barrera del ocho. El escritor de Oak Park se sentía viejo y cansado, había regresado a España a conocer a Pío Baroja y se las vio de nuevo en una plaza de toros con el hijo del 'Niño de la Palma': «Eres mejor que tu padre», le dijo a Antonio Ordóñez, aunque en realidad lo que sucedía es que comenzaba a reconocer la derrota que le estaba asestando la vida porque ya no era aquel reportero de la 'Generación Perdida' al que le embriagó la fiesta en los 'Sanfermines' de 1923 tras las dos heridas de su bautismo de fuego italiano en la Primera Guerra Mundial, las de la metralla del mortero que le alcanzó en Fossalta di Piave y su desengaño con la enfermera que le cuidó, la bellísima y rubia Agnes von Kurowsky.

A esas alturas -como relataba el biógrafo de Ordóñez Antonio Abad Ojuel-, entre el torero y el escritor ya se había establecido una «pintoresca sociedad repleta de connotaciones paterno-filiales. Antonio le llamaba papá Ernesto y pactó con él una fantástica asociación en la que uno se ocupaba de la literatura y el otro de los toros».

Antonio Ordóñez, el doctor Tamames, Ernest Hemingway y Mary Welsh, en el Puente de Hierro tras visitar Franco-Españolas


Hemingway nunca viajaba solo y el séquito que le acompañó en Logroño lo encabezaba un aviador británico de la RAF, míster Rupert Belleville, que decía que quería ser torero; Mary Welsh, cuarta esposa del autor de 'El viejo y el mar' y corresponsal en Europa de las revistas Time y Life durante la II Guerra Mundial, además del hotelero pamplonés Juanito Quintana, que fue el encargado de acercar al grupo desde la capital del Viejo Reyno y lograr alojamiento para todos en Logroño: «Es que habían almorzado en Pamplona con Quintana», relataba Esteban Chapresto, fotógrafo y autor de un profuso reportaje que apareció unos días después en la revista 'El Ruedo', en aquellos años suplemento taurino del 'Marca'. Quintana tuvo que tirar de oficio para alojar a la tropa de Hemingway en el Gran Hotel, de hecho iban tan justos de tiempo que llegaron por los pelos a la función taurina. El maestro Girón, que venía de triunfar en Sevilla, le brindó un toro al escritor y 'Migueliyo', crítico taurino de 'Nueva Rioja', se entretuvo más en el faenón de Ordóñez que en glosar la figura del autor del 'Adiós a las armas', que apenas dos años antes de su visita riojana había recibido el Premio Nobel de Literatura. A Mary Welsh le gustaban los toros desde que vio a Manolete en México, cuidaba de Ernest aunque supiera de sus continuas infidelidades, mecanografiaba sus manuscritos y le acompañaba a los 'safaris', como el del día siguiente, en el que pasearon por el Ebro y fueron a las Bodegas Franco-Españolas con Ordóñez y el doctor Tamames, médico personal del diestro de Ronda.

Ernest Hemingway cayó enfermo en aquel viaje, pero pudo regresar en noviembre a Francia donde guardaba unos baúles en el Ritz con manuscritos y anotaciones con los que comenzó a dar forma en Cuba a su obra 'París era una fiesta'.

o Estos artículos los publiqué en Diario La Rioja con fotos que me cedió Esteban Echapresto.


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