Arcángel subió el jueves al firmamento del flamenco y allí se quedó, mirándonos desde las las estrellas: donde las constelaciones se abrazan a los planetas y las nebulosas tienen forma de siguiriya y el compás del universo se templa al ritmo de la soleá o de la caña, o de la sal de los puertos o del fandango alucinante del Alosno. Y es que Arcángel nos hizo retozar y soñar en clave jonda en una noche mágica en la que la dulzura de su voz se daba la mano con la guitarra de un Miguel Ángel Cortés más flamenco y enigmático que nunca, más orfebre y cristalino que casi todos y con una maestría en el toque para acompañar que parece salida de otros tiempos. Y esos tiempos seguro que no son los tiempos de los puristas, de esa plaga de tipos que siempre andan vendiendo su nefasta mercancía en el peor momento posible. Es decir, durante los conciertos: cuando el artista templa su voz o la cuerda de la guitarra, asaltan a sus vecinos de localidad insistiendo en que si esto o si lo otro, como si no hubiera algo más trascendental que escucharles a ellos. Pero volviendo a lo importante, a la salsa del concierto, Arcángel fue capaz de deshacer las conjeturas desde el inicio. Fue una bulería minimalista inspirada en un cante de Juan Valderrama con la que con un compás preciso e impuesto a golpes de suavidad por Miguel Ángel Cortés, el cante de Arcángel supo a Zambra y a compromiso. Qué belleza, que forma de ir suspirándonos los ecos de aquel tema que compuso para la Bienal. Desde ese momento, la verdad es que el gentío que abarrotó una vez más el Salón de Columnas se quedó ensimismado y entregado a un cantaor diferente, a un flamenco que posee personalidad y ansia creativa, que apuesta por el cante clásico pero que no lo repite como una multicopista sin sentido. De ahí, la calidad de la obra, la flamencura irrenunciable de su repertorio y el respeto a la grandeza de un arte que dejó las miserias arrumbadas en los viejos callejones. Pero es que además de su deliciosa voz, Arcángel tiene la capacidad de dominar multitud de registros y cuando ahonde todavía más en los tonos bajos, en esos en los que el cante se mastica y te devora, este flamenco de Huelva no tendrá parangón, como en esos tangos de la primera parte en los que se retorció con una hondura apasionante gracias a los interminables melismas de raíz morentiana, o en los cantes de Pedro ‘El Morato’ o en la caña... Después del descanso, cuando el público había tenido tiempo de comentar lo que se estaba vivienda, dibujó una soleá alucinante, con un juego de silencios tan inspirado que la belleza transitaba ya de forma irremediable toda la actuación, enfatizada por los fandangos finales o con la bulería de despedida con la que dejó patente su sentido del ritmo y la simbiosis lograda con Miguel Ángel Cortés, ese guitarrista nacido en Granada del que estoy convencido de que cierra los ojos cuando toca porque se atreve a soñar en esos momentos todos los ecos que en el mundo han sido.
o Tercer concierto de los Jueves Flamencos, jueves 16 de febrero de 2006; lleno (localidades agotadas). Cante: Francisco José Arcángel. Toque: Miguel Ángel Cortés.