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sábado, 7 de enero de 2006
Más limpios que agua de oro
Seguro que si dios existiera, –me refiero, claro está, al dios con minúsculas de los sueños de Chicho Sánchez Ferlosio, no al Dios omnipotente y misericordioso, compasivo y omnisciente que marca el calendario y las rutinas– tendría una explicación a lo inexplicable del alucinante trabazón que produce en la retina el juego de aliteraciones de las cuatro camisas superpuestas en tonos pastel que protegían la anatomía de Agustín García Calvo de la intemperie de la Sala de Cámara de Riojafórum, de su fular negro (extrañamente discreto para los que suele acomodar), de los nudos de los faldones y del juego de los puños doblados hacia adentro, con un desaliño aparente pero teatral porque cuida al milímetro cada una de sus notas, como un hipérbaton o un tetrastrofomonorrimo de una moda que no es moda. Quién sabe si la barba que tampoco es barba ni el bigote que es mucho más que un bigote de este irrepetible filosófo contra el Progreso sean en el fondo un guiño a Chicho, a su agudeza y a su innegable mala salud de hierro que dieron para el mundo un personaje irrepetible que revivió ayer en una velada poético-musical memorable, gracias tanto a la prosodia del maestro como a la fluidez canora de Amancio Prada, que cuando dibujaba en el aire esa belleza llamada ‘Tú, cuya mano’ hasta se olvidó por un segundo del hilo de uno de los poemas más subyugantes de la inmensa obra lírica de un Agustín García Calvo que cantó y declamó, que habló sobre su amistad con el desaparecido músico y que acabó tan emocionado al final como el público que llenó el cubículo pequeño del Palacio de Congresos. Amancio Prada, jovial y dicharachero por momentos, paseó por todos los resgistros posibles en un cantor y resolvió con su voz cristalina –más limpia que agua de oro– una maravillosa actuación preñada de momentos plenos de inspiración y sentimiento, de historias de Chicho y de complicidades con un estilo y una forma de ser que ni se lleva ni se va a llevar nunca. Hasta siempre, Chicho.