martes, 13 de diciembre de 2005

Nunc est bibendum (III)


Al imperio chino llegó la cultura del vino desde el oeste, con casi toda probabilidad desde Persia, ya que incluso la etimología hace derivar la palabra china putau (vino) del persa budawa (uva). Además, el mito del vino no se limita a las culturas occidentales, ya que por ejemplo, la religión taoítsa dice que los inmortales son los bebedores de vino, incluso tienen su propio dios Baco, a quien llamaron Lan Tsai-Huo.

Los vinos griegos
Los poetas, dramaturgos y filósofos griegos glosaron con vehemencia la calidad de los vinos griegos. Sin embargo, se solían consumir disueltos con agua caliente y por ello, hoy podrían resultar muy parecidos a algunos rosados excesivamente dulces, posiblemente ricos en aromas a moscatel y tal vez con leves recuerdos a resina y con necesidad de disolución antes de ser consumidos.
Del siglo VIII al VI a.c. tomó en Grecia importancia el desarrollo de la vid, ya que en este periodo se llevaron a cabo bastantes desmontes para que la uva reemplazara el espacio de los árboles derribados. Los griegos trabajaban y abonaban sus viñedos con esmero y Macedonia tenía sus principales masas de vid en las provincias de Calcídica y, de mayor reputación, de Acanthe en el Golfo de Pericles, así como en las ciudades de Mendé y Schione. En la Grecia central no abundaban los grandes vinos; sin embargo la considerada como la más griega de las provincias, Ática –la cual no destacaba como una región vitivinícola– pasó a la historia un vino, al que llamaron ‘el vino de oro’: el Chrysattikos.
Fue tal el desarrollo de los viñedos griegos que traspasaron las fronteras y llevaron la técnica del cultivo por todo el Mediterráneo hasta alcanzar las costas de Francia y España. Así pues, los vinos griegos resultaron ser un producto muy codiciado para la exportación a pesar de tener un precio muy elevado.

Imagen: El mito de Dyonisios y Ampelos en una estela típica de arte romano provincial. (Museo de Vigo).