Uno de los primeros lugares del mundo donde se estableció el consumo del vino fue el Egipto de los faraones. La producción vinícola egipcia no sólo servía para las celebraciones religiosas sino también para fines terapéuticos y, fundamentalmente, para su vida social.
En su mítico delta se cultivaba la vid; en el Bajo Nilo los viñedos compartían los terrenos con los cerales y en el Alto Nilo lo hacían con las datileras y los granados. Así, la palabra arp, (vino) fue la primera de las que descifraron los egiptólogos pioneros del siglo XIX al desenmarañar los intrincados jeroglíficos egipcios.
Un cortesano del faraón Sesostris I (2000 años a. c.) decía que “el vino palestino era muy apreciado y abundaba más que el agua”. La elaboración se consumaba con un método muy sencillo: se recogían las uvas en grandes canastos, se estrujaban con los pies y de ahí se obtenía el ansiado mosto.
La fermentación se llevaba a cabo en grandes jarras de barro, que a su vez eran untadas en su interior con grasas de pescado para impermeabilizaras. Los vinos egipcios eran tintos y blancos y poseían un destacable espíritu licoroso. Sin embargo, el pueblo llano no lo consumía apenas, ya que la costumbre pasaba por trasegar distintas bebidas obtenidas de palma. El vino era la bebida exclusiva de los faraones, clérigos y guerreros, e incluso, sus caldos más delicados y exquisitos los depositaban en los sepulcros como ofrenda a las divinidades.
En el caso de la India es bastante probable que el cultivo de la vid llegara de la mano de las tribus nómadas arias, en el segundo milenio antes de Cristo, aunque también se cree que pudo llegar más tarde, con las campañas de Alejandro Magno.
Imagen: Un papiro funerario egipcio que representa al dios Horus. A la izquierda, un sacerdote escancia vino. (Museo del Louvre. París)
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