A nadie se le escapa que la feria taurina de Arnedo y por ende el Zapato de Oro se ha convertido en el ciclo de novilleros más importante de España, tanto por la selección que se realiza de los novillos como el mimo con el que la Comisión Organizadora elige los nombre de los 18 jóvenes toreros.
Sin embargo, vengo manteniendo desde hace algunos años que existe una gran injusticia en el planteamiento definitivo de la feria a la hora de confeccionar los carteles y la composición de los mismos. Desgraciadamente, se cae en el error y el marasmo de las grandes ferias: a los toreros modestos se les anuncia con las novilladas de las ganaderías más encastadas y a los diestros que más peso tienen en el escalafón se les coloca con las divisas que más posibilidades tienen de embestir con esa dulzura que les pirra a los taurinos convencionales que nos asolan.
La igualdad de oportunidades es una de las razones más bellas por las que el hombre ha luchado desde la antigüedad. La igualdad como tal es imposible, ya que cada persona ha de labrarse su camino y en él aparecen los imponderables, los sustos y, en definitiva, la vida misma. Y en los toros más. No hay cosa más injusta que chapar a un novillero desde sus inicios de valiente o de artista (como si se pudiera ser lo segundo sin lo primero). Hay cientos de nombres de jóvenes diestros que imbuidos por una fe inmarcesible han acabado por diluirse en la mediocridad, a pesar de sus mentores, de sus amigos, de sus propagandistas.
Un torero, tenga la catadura que sea, ha de estar preparado para pechar con toros de toda condición, mansos o bravos, encastados, rajados, violentos....
Por lo tanto, me parece profundamente injusto que los novilleros punteros en Arnedo vayan sistemáticamente anunciados con esos hierros que se rifan las figuras en las plazas de postín, tanto para ellos como para los que no son tan punteros, que tienen que apechugar con las duras, o al menos, con las que no son de garantías, como gustan definir estos hierros a los taurinos.
Arnedo tiene en este punto la posibilidad de dar un giro radicar a la filosofía de las ferias, de dar un golpe de timón a uno de los males que asolan la fiesta y de marcar un estilo que sería tan llamativo que a la postre la convertiría en la mejor feria, en la más hermosa, ya que en la tarde menos esperada, el novillero de moda podría dar un recital con la de Cebada, o con la de Cortijoliva y no en el día pronosticado para ello, sino en el momento menos esperado.
Es la magia de la fiesta, la de la sorpresa, la que hace que en el momento menos llamativo, un chaval que apenas haya toreado –da lo mismo el nombre– se pone delante de un toro y le hace el toreo porque sí, porque el toreo es grandeza y porque nadie jamás había pensado que una de las mejores faenas de la historia la cuajo Rafael de Paula en 1987 a un toro de Martínez Benavides, un ganadero de Posadas (Córdoba) que jamás iba a una feria de postín. Pero surgió la magia y el encanto.
Mi propuesta es la siguiente: se deben seguir los métodos de selección de novilleros como hasta ahora, con las votaciones y los descartes. Resultaría muy aconsejable que en la selección de las ganaderías se guardara el mismo equilibrio de la actualidad, seleccionando por tipo y no por tamaño. Y después, con los seis hierros y los 18 toreros, realizar un sorteo puro, con luz y taquígrafos para evitar cualquier sospecha de manipulación. Y desde ese momento, lo que los hadas y la torería de cada cual decidan. También se deberían sortear las fechas, ya que todo el mundo sabe que las heridas que más duelen suelen ser las últimas. No hay más que mirar a los últimos años del trofeo para comprobar que el triunfador casi siempre surge de las novilladas programadas los últimos días de la feria. Siempre hay tiempo para recapacitar y para hacer que el Zapato de Oro sea cada año mejor y más justo. Y sobre todo ahora, cuando se va a inaugurar una nueva plaza de toros en la bella ciudad del calzado.