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jueves, 3 de noviembre de 2005
Luis Francisco Esplá, un torero con ansia creativa que hace de la torería un valor subyugante
A pesar de que Luis Francisco Esplá lleva más de tres lustros sin pisar Logroño con la intención de hacer el paseíllo en nuestra ciudad, la verdad es que su torería sigue viva en la retina de los aficionados logroñeses.
Porque Esplá es un torero diferente, un hombre singular dentro del erial en el que los tiempos actuales han convertido la fiesta y si se me apura la sociedad misma.
Decía el maestro Joaquín Vidal en el prólogo de un libro de Parmeno que quien se juega la vida gallardamente vestido de fulgurantes alamares debería ser un valor esencial e indiscutido con proyección galáctica, aunque sólo fuera por su naturaleza. Pero la decadencia en que ha caído la personalidad del torero es culpa del propio torero, que ignora la grandeza de su oficio.
Por eso Esplá es diferente, porque se sabe y se siente torero, porque él mismo dice que lo importante es el toro, desvelar todos sus secretos y exponerlos correctamente con el fin de no desperdiciarlo. Es más, Esplá mantiene que el torero se convierte en una especie de médium dentro de el espectáculo, que lo concibe como una relación triangular entre el espectador, el toro y el propio torero. Hacer asequibles al espectador las actitudes y posibilidades del toro es para él la clave de este arte. Y va más allá, ya que mantiene –para mayor pasmo del noventa por ciento de sus compañeros de profesión (e infinidad de periodistas que-yo-me sé)– que todo lo que sea eclipsar los valores del toro, no sólo va en contra del espectáculo, sino en detrimento incluso del propio torero.
Esplá se mantiene en la fiesta como un ‘outsaider’, como una especie de rara avis con ribetes iconoclastas. A veces le han dicho intelectual, con ánimo de ofender, claro…. Pero lo cierto es que Esplá siempre sorprende, siempre tiene algo nuevo que contar. Vestido de luces es capaz de dominar el espacio litúrgico del ruedo como el sacerdote más impactante. A nadie se le puede olvidar sus inmensas tardes en Madrid con victorinos de aúpa –aunque lo del trapío le importe tres cojones (con perdón)– y esa manera de desenvolverse por el ruedo, con pinta de enfant terrible, pero con un clasicismo que hace que a uno –que tiene todavía su corazoncito– se le destripe el alma, porque en el fondo, todos querríamos ser como Esplá y tener ese genio y tener esa maestría.
A mí Esplá me recuerda a Enrique Morente, el genial cantaor flamenco, por su ansia creativa, por ese deseo continuo de profundizar en el medio ambiente en el que desarrolla su profesión con un alto sentido de la ética, que sin lugar a dudas, configura su propia estética, ya que Esplá basa su tauromaquia en una racionalidad precisa, matemática, cronológica, pero en la que lo irracional del toreo se abre paso con una naturalidad asombrosa.
Por eso este torero marca la diferencia y como decía su apoderado de tantos años, Manuel Cisneros, quizás Luis Francisco Esplá no ha caído en la época más propicia, ni por el toro, ni por el aficionado, ya que su toreo exige un nivel de comprensión alto. Lo suyo es para aficionados iniciados. No es fácil de entender para el espectador accidental o simplemente curiosos. Él está en la línea de los grandes lidiadores de la historia.
Foto: Patxi Cascante