No sé en el ciberespacio, pero en la tierra hoy es sábado y yo me he vuelto un poco loco. Me he despertado sudoroso y aturdido porque esta noche he tenido un sueño: reaparecía José Tomás. He ido al ordenador y he buscado lo que escribí de él cuando estuvo en Logroño en el lejano 1999. Sigo soñando:
José Tomás anduvo con dudas y medianías en la primera de feria. Parecía un diestro abúlico y atorado; un hombre sin ganas. Pero dejó de lado su versión humana y terrenal y se convirtió en un torero del más allá, capaz de transportar al aficionado al paraíso de la tauromaquia. Salió por la puerta de chiqueros un animal de cuerna veleta y astifina, casi con el colmillo retorcido, al que encima colocaron la divisa en la cepa del pitón. Aquello debió de molestarle mucho porque su fiero temperamento de casta le hizo venirse arriba con los del castoreño, que le zurraron a modo y con la salida tapada, como casi todas las tardes. Encampanado esperaba al peonaje cortando en los embroques. Salió José Tomás y con la muleta empezó aguantando uno de esos terroríficos parones. Si quieto estaba el toro, más quieto se quedó el torero. Tragaron saliva él y toda la plaza al unísono y resolvió con un derechazo mandón como un cartel. Puso sitio entre su anatomía y la del descarado cornúpeta y acto seguido comenzó a brotar el toreo. El animal se continuaba colando y el de Galapagar se echó la pañosa a la izquierda para que rugieran los tendidos tras cada uno de sus naturales, algunos inverosímiles, con la cargazón y el viaje del toro absolutamente consumados en una belleza formal que casi parecía un ejercicio de estilo. Citó por dos veces con la derecha para cambiar la muleta de mano. En la primera casi viaja hasta el reloj, en la segunda obligó tanto la embestida que el animal, que parecía a muchos el del “tío picardías”, se había convertido en un toro noble y con recorrido, cosas del toreo cuando se practica con pureza. Sucedió sencillamente que Tomás se colocaba al citar en el centro de la suerte presentando la muleta por derecho. Se lo traía toreado y embebido una y otra vez, dejaba la muleta colocada y volvía a cargar la suerte para deleite de la santa afición ligando siempre y sin perder ni un paso entre cada lance. Después, las manoletinas y el mitin con la espada. José Tomás había bajado definitivamente a la tierra y toda la plaza era consciente. En el que cerró corrida no se fue al más allá, aunque la mayoría seguía aplaudiendo la faena como si tal cosa. Aquí Tomás se puso pesado, reiterativo y al hilo del pitón. No era posible subir y bajar dos veces en el mismo día. En todo caso se quedó en el limbo.