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domingo, 9 de octubre de 2005
José Tomás, reaparece ya
Si quitamos la coma que separa el sujeto del verbo en el título de este artículo me da un soponcio. Pero, coño, hay coma, sigue la coma, nos persigue la coma. Y lo que no se sabe es hasta cuándo va a durar la coma que resume la petición inequívoca de muchos aficionados para que este extraño tipo de Galapagar deje de jugar al fútbol sala y le dé por enroscarse la montera y volvernos a acojonar como sólamente acojonan los toreros de verdad. Porque un torero de verdad acojona, ¿o no?. Es más, yo creo que para que un torero lo sea de verdad tiene que ser capaz de ponernos a los aficionados un nudo en la garganta, un corazón desasosegado y ése no-sé-qué que hace que esta fiesta, este rito sea sin duda alguna algo incomparable que carece de explicación. Dicen que José Tomás antes de las corridas de Madrid se iba a unos billares a explayarse. Qué cosa. El caso es que después, por la tarde, con ese valor suyo tan indescriptible se vivía un acontecimiento tremebundo. Toreaba con tanta verdad que el adjetivo valeroso se quedaba escueto y minimizado. A veces he pensado que José Tomás despreciaba su propia vida. Ahora estoy convencido de lo contrario, porque este torero bulle en el interior de un hombre vitalista y sencillo, acorralado por los periodistas, porque lo que tenía que decir lo decía armado de capote y muleta. Ahora calla. Vive la vida. Respira. Pasea. Probablemente amará. Como cualquiera. Como usted. Como yo. No sé si algún día volverá a sentir el Fulgor del Círculo (gracias Javier Villán). Pero el caso es que yo, como cualquiera, como usted, necesito que José Tomás reaparezca ya. Cuanto antes.