sábado, 1 de octubre de 2005

El Gallo y los toreros ‘güenos’

La novillada de Miranda y Moreno enterró las ilusiones de los coletudos en la feria de Arnedo

Decía un clásico de la tauromaquia que los toreros para demostrar que eran ‘güenos’ sencillamente tenían que ser ‘güenos’. Lo demás no le importaba a este genio de dicción erudita que respondía al apodo de Rafael ‘El Gallo’, del que se decía que por conseguir una frase genial no le cortaba sacrificar a un buen amigo, a un compañero torero o al mismísimo Juan Belmonte, con el que alternó en los últimos años de su dilatada vida. Por cierto, Belmonte le protegió con el mismo calor con el que lo hubiera hecho su hermano, el desaparecido ‘Rey de los toreros’ y su máximo rival en los ruedos, hasta que la muerte se lo llevó una aciaga tarde en Talavera de la Reina.
De todas formas, los novilleros de ayer en Arnedo no hubieran podido ni demostrar a ‘El Gallo’ nada más que sus deseos, su férrea voluntad de ser toreros, ese afán desmedido con el que, por ejemplo, se fajó el valenciano David Esteve –surgido del ‘bous al carrer’ (los toros en la calle que concitan a miles de personas en todos los pueblos del levante español)– con el quinto de la tarde.
‘Bertolonito’ estaba marcado con el número 36 y lució una bella estampa. Desde el principio de su lidia se vio que carecía de una de esas virtudes que con desmedido afán buscan los ganaderos: la nobleza; todo lo contrario, campaneó incierto su arboladura desde el capote. En el caballo no se empleó con fijeza y se repuchó en los dos encuentros con el picador. Y lo que es peor: se acostaba por los dos pitones. En el argot taurino, y como aviso a navegantes, el término acostarse no significa exactamente echarse a la bartola en medio del ruedo, ni sestar con pijama y orinal mientras la banda atrona el ‘Paquito el Chocolatero. No. Decir que se acostaba es que se vencía peligrosamente desobedeciendo el capote o muleta. Dirigiendo su embestida al cuerpo del torero con aviesas intenciones. Entonces, David Esteve, que demostró en el ruedo que es un torero valiente, en vez de irse –como hubiera hecho la mayoría– a las tablas a tomar la espada de verdad para quitarse de encima el temible regalito, decidió fajarse con él ante la indiferencia de los espectadores.
Y allí se quedó, más quieto que un palo, pasandose una y otra vez las embestidas del burel a milímetros de la pechera. La plaza no respondió. Quizás lleva esta feria demasiadas decepciones acumuladas y todo el mundo suspira por una faena zapateril, no ‘rodríguez-zapateril’, que ése es otro asunto, sino verdaderamente buena para demostrar que un torero es ‘güeno’, como le gustaban a ‘El Gallo’.