domingo, 9 de octubre de 2005

Críticos taurinos

Crítico taurino. Expresión paradójica: o se es crítico o se es taurino. Así definían hace unos años, concretamente en 1998, Fernando G. Taboada y Ángel Guillén a los periodistas (sic) taurinos en su alucinante ‘Diccionario Neotaurómaco’. Sí, amigo aficionado, aquél que publicó El País acompañando las siempre magníficas crónicas de Joaquín Vidal. Y es que el maestro ya estaba harto de que los principios, valores y códigos que han sustentado desde siempre a la tauromaquia fueran sistemáticamente pisoteados por una masa crítica de taurinos mediocres, de serviles prohombres acostumbrados a la reverencia vil, a la palmada en la espalda y en dar sistemático esquinazo a algo tan grandioso como es colocarse con una tela colorá frente a un toro, hacer así, arrebujase y parar el tiempo, a la vez que se detienen los corazones sobre el albero, como Rafael de Paula o José Tomás, con esa parsimonia suya tan indefinible, tan sutil y abrasadora que hace del rito algo majestuoso por inexplicable, algo consustancialmente mágico que estos mendrugos están empeñados en hacer desaparecer. Uno llega a la conclusión de que carecen de afición, que sólo les importa la notoriedad y el breve éxito social que implica el pase del callejón, el saludo de la figura de turno y si se me apura, una confesión de un apoderado borracho incendiando la madrugada o suicidando un teléfono móvil en un vaso de güisqui escocés, que de todo hay.
Miren, si alguien me pregunta si la tauromaquia es algo cruel le diría que sí. La crueldad es la base misma de la existencia del hombre y de la naturaleza que nos rodea. ¿Es acaso cruel un león del Serenguetti cuando se zampa a un ñu? ¿Es cruel la perra vida de los millones de microscópicos espermatozoides que se pierden cada día en infinitas carreras hacia la nada? ¿Es cruel levantar a los niños por la mañana (tan pronto que ni es de día) para que les enseñen en los colegios la verdadera esencia de los triángulos isósceles, de los escalenos y la tabla periódica de los elementos?
Probablemente todo esto sea verdaderamente cruel y tan cruel como matar a un toro en la plaza para solazarse con el espectáculo que se deriva. Y eso es lo que se ve desde fuera. Un toro entra vivo y sale muerto. Un torero le burla, otro le ‘pincha’ y otro desde un caballo lo pica. El tipo del caballo, suponiendo que sea un tipo, por lo general no tiene compasión porque ya se sabe que el tipo del caballo tiene un jefe y al jefe, lo digo por propia experiencia, lo mejor es tenerlo contento. No vaya a ser que… Y después, cuando el toro ya tiene el alma bien partida, sale el torero, y cuida de que no se le caiga cien veces al suelo, lo intenta desplazar a media altura y cuando lleva como unos doce minutos y medio de faena, lo fulmina de un sartenazo, bajonazo, espadazo y le dan las dos orejas del toro. Y en éstas, hay unos señores por los callejones, armados de teléfonos móviles de última generación, con rayos infrarrojos y cámara digital, que escriben unas maravillosas crónicas: ‘Finito de Usera’ aborda el toreo, he llegado a leer. Estos críticos taurinos dicen que los toros están sueltos de pechos y que tienen una condición bondadosa aunque ‘adolecen’ del defecto de reponer, aunque su toreabilidad haya sido exprimida una y otra vez por ‘Trinconete de Badajoz’, por ambos pitones y sometiendo en todo momento a un animal bronco pero de buen corazón. Hay que joderse, los toros de ahora tienen buen corazón y seguro que si un periodista le arrea con la grabadora y le pregunta si están a favor de la discriminación positiva, los toros de ahora se van por las ramas porque en el fondo son unos toros inseguros. El descastamiento ha llegado a unos niveles intolerables dice un amigo mío de Madrid que está empeñado en asegurar que los taurinos han ganado de forma inmisericorde la partida. Y encima ahora tienen peirperviu, o como se diga. Pero los críticos taurinos –hay que ver lo bien que suena la paradoja– no se enteraron cuando César Rincón en Madrid le dio por cruzar el río con los bolsillos llenos de porvenir sólo porque amaba el toreo y quería reivindicar su clara vocación de figura. Pero lo dicho, no se enteraron. Sólo saben decir lo duro que es el siete con toreros como Manzanares junior. A pesar de sus esfuerzos, sus ganas y de vérselas con dos toros infumables. Son así y así continuarán mientras sablean a los pobres de espíritu que les encienden los puros con el fuego de la desesperación.