jueves, 29 de septiembre de 2005

Los brazos de los picadores son de cemento armado

Los varilargueros protagonizaron lo peor de la segunda tarde de la feria de Arnedo

Hay quien piensa que los picadores carecen de sentimientos, que lo suyo consiste únicamente en subirse al percherón, calzar la bota de hierro –también conocida como mona o gregoriana– y liarse con el toro como si en ello les fuera la vida, como si picando con esa violencia expiaran los pecados, las malas acciones y los sentimientos impuros. Hay quien piensa eso y que sus brazos son de cemento armado, porque los picadores van a sueldo en una cuadrilla y responden al que les paga, como cualquiera que defienda una nómina, calzando la gregoriana o subido a un andamio, que es donde mandaron algunos aficionados –de forma metafórica, pero a voz en grito– a casi todos los varilargueros de la tarde de ayer.
La novillada de Cebada Gago recibió once puyazos, de los que cuatro se los llevó el quinto de la tarde, un astado llamado ‘Pintor’ que no fue capaz de desmontar al de la acorazada, pero que mientras le hacían picadillo su morrillo logró quitar el castoreño al sucesor de Badila. Entonces, el de la casaquilla dorada –vestigio de antiguas glorias– se sujetó el tocado entre su mano y las riendas y con una habilidad inusitada se deshizo de él con un ademán de impresionante arrogancia. Aún así, descastoreñado y todo, consumó la suerte con dos encuentros más, el último en la zona de chiqueros cuando abandonaba la plaza y se vio sorprendido –es un decir– por la embestida de ‘Pintor’, que como era lógico terminó hecho un verdadero cuadro.
Los picadores fueron los protagonistas, como sucedió también en el tercero de la tarde, llamado ‘Consejero’, un bravo astado que cobró dos agresiones: la primera en el espinazo y la segunda en la paletilla. Aún así, fue de largo, empeñó toda su alma de bravo en una sucesión de embestidas humilladas y templadas, con una calidad que pasó inadvertida para la mayoría del público y para Raúl Martí, el esforzado novillero de Foios (Valencia) que se vio desbordado e incapaz de disfrutar con la embestida de este novillo colorado de Cebada Gago que en el pequeño ruedo de Arnedo demostró que merecía haber vuelto a Cádiz a enseñorearse de la dehesa.