viernes, 26 de agosto de 2005

Grañón se enfunda en su mito

Dicen los eruditos especializados en cuestiones grañoneras (que los hay, y muchos...) que Mirabel no sólo es el cerro que saluda desde la carretera a la torre de la iglesia de Grañón, consagrada a San Juan Bautista y cofre de una de las joyas del patrimonio riojano: su precioso retablo, obra de la saga de los Forment. No, una escuela erudita apuesta porque Mirabel fue algo así como el primer alcalde de la villa, el sumo inspirador del alma de un pueblo cerealista por el que parece que el tiempo tiene un andar más sosegado que de costumbre, más cansino y perezoso que hace que trece ediciones del Festival de Luz y Sonido –que empezó ayer a las diez de la noche– parezcan consumidas en un suspiro, en casi en un trago de vino de una denominación que se siente pero que en este pueblo la ley dice que no se pisa.
La otra escuela de sabios, más numerosa pero igual de bienintencionada, sostiene que Mirabel es un mito y por lo tanto su explicación es más poética que racional. Por eso será, arguyen con fervorosa pasión, que precisa de un ‘chamán’ que actúe de hilo conductor entre Mirabel y la realidad. Y ese intermediario no es otro que Ángel Urbina, el autor, editor y alma mater de esta representación, aunque él prefiera siempre esconderse detrás de los focos para que los actores (casi un centenar) copen el roce fugaz de calor de un público que ya ha agotado las entradas para las tres representaciones que todavía quedan.
Ayer no hubo muchas novedades escénicas, acaso la presencia de una bicicleta para demostrar el auge de las nuevas fórmulas para ‘navegar’ hasta Santiago, pero la esencia, muchas veces, no hay que buscarla en lo nuevo, sino en la madurez que va tomando la obra a través de las siete escenas que le dan cuerpo.
Resultó impresionante el inicio. Todo el pueblo se inunda de oscuridad y la propia iglesia, su imponente torre, recorta tímidamente su perfil en lo alto. Al momento, se asoma Mirabel que da paso a la primera aventura, la de ‘Memoria’ y ‘Fantasía’, que a muchos les parece que deberían ser los nombres de las escuelas eruditas de un pueblo, que alcanzó su el cénit ayer en el episodio de la Cruz de los Valientes. Al igual que cuando el retablo toma vida y San Vítores y Santa Bárbara juguetean con los peregrinos que duermen a sus pies. Aunque el final hizo saltar las lágrimas a todos con el eco del Ave María guaraní de Morricone y su inquietante juego de luces sobre el retablo.

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