martes, 10 de mayo de 2005

El trueque cromático

Cada domingo a las 12 se intercambian cromos en la plaza del Ayuntamiento de Logroño


Existe una poética de todos los domingos por la mañana: en la explanada del Ayuntamiento se forma, a las doce, un revuelo de padres, madres y vástagos que intercambian cromos de los Simpsons, Pokémon y demás colecciones como si en ello les fuera la vida. La cotización de los más difíciles sube cada día.

HAY algo confuso e indefinible en todo revuelo en el que se agolpan niños y mayores en pos de un objetivo común. Por lo general, la estrategia del padre o la madre suele caber anotada en un pequeño papel lleno de numeritos aparentemente ordenados, aunque éstos no transcurran en relación a su valor ordinal, sino a los cromos que faltan para llegar a ese éxtasis que rezuma cualquier álbum, por fin completado y sin recuadritos blancos exigiendo la figura que más tarde o más temprano albergarán.
Cuando un padre tacha un guarismo renace dentro de él una nueva esperanza, casi un reencuentro con la fe perdida y sobre todo, un alivio inversamente proporcional al que tendrá su hijo cuando se dé cuenta de que le falta uno menos, pero que todavía quedan más de diez...
Una libreta llena de pájaros
Los niños, sin embargo, prefieren anotar lo que resta por completar en otra libreta, que ni tiene aros ni se fabrica con papel de celulosa. Sus cabecitas llenas de pájaros mantienen con absoluta fidelidad los datos que precisan, y por lo general, confían mucho más en la imagen del cromo que han visto –pero que no tienen y por el que suspiran– que en la correspondencia numérica de las anheladas estampas esquivas.
Así, que cada domingo por la mañana hay pleno en el Ayuntamiento. Esta vez sin concejales, ni protocolo, ni luces, ni taquígrafos. Este pleno infantil, lleno de padres que se confunden en la maraña y que a fuerza de verse cada semana llegan a establecer verdaderas relaciones de amistad, está repleto de imaginaciones y esperanzas. Da igual de qué se trate la colección. O “Castillos e Iglesias de La Rioja”, que tiene leyenda porque resultó harto complicado terminarla, o la de esos muñecos japoneses de anatomía casi surrealista denominados Pokémon, y que ahora están haciendo furor. Lo más importante es terminarla.
Una vez completada, dos horas de contemplación y súbito viaje a lo alto del armario para desesperación del orgullo paterno, que ya sabe lo que le espera: otra colección y tal vez, la de los Simpsons, que tampoco es ‘moco de pavo’.
Pero volvamos al tumulto dominical. Al amparo de las filas de árboles que lindan con la Avenida de la Paz y con las hileras de bancos –espalda con espalda– de el ágora más municipal de la ciudad, se forman corrillos como los de la bolsa de Nueva York, aunque eso sí, a los pequeños ‘brokers’ cromáticos lo de las opciones sobre acciones les debe de sonar a chino. En cada uno de estos pequeños conciliábulos se barajan grupos de cartas con una velocidad impresionante: “El 75 me falta, dámelo”, dice uno mientras se mete la mano en el bolsillo para sacar otro manojo de números repetidos con el alto fin de que el intercambio favorezca a ambas partes. Es la ley del trueque: “Yo te doy, pero tú no te vas a ir de rositas...”, parecen decirse mediante miradas directas, una vez a los ojos y otras, más nerviosas, al fajo de cromos.
Los niños más extrovertidos van a su aire. Otros, quizás más comodones o de menor edad, confían en la habilidad paterna para rematar la colección. Por eso no sorprende que una de las estampas más gloriosas sea la de dos padres cualquiera, probablemente profesionales de inmaculada trayectoria en sus empresas, enzarzados en una interminable discusión sobre numeritos de los cromos que les acechan: “Me falta el doce, el cuarenta y el cientotrés”, dice uno, mientras el otro baraja y consulta una torre de cromos sobrantes sin que aparezcan los tres necesarios para la felicidad del otro padre. Y es que no debe de haber nada en el mundo más inútil que un cromo repetido cuando no sirve para intercambiarlo.
Lucía tiene 23 años y es el prototipo de hermana mayor que acompaña a la más pequeña a lo de los cromos. Se muestra desdeñosa con la colecciones: “Lo hago por mi hermana”, dice. “Lo que pasa es que cuando yo era pequeña ya venía a este sitio a intercambiar. Recuerdo que hace unos años había hasta coleccionistas de sellos, pero esa costumbre, tan bonita, se acabó perdiendo y sólo queda lo del Pokémon”.